Era viernes. Viernes al anochecer. Viernes trece. Viernes de
mala suerte. Viernes de tragos con los amigos. Con extraños. Viernes de
sustancias indebidas. Viernes de lujuria. Viernes sin pasión. Viernes de miedo.
De terror.
Caminaba por la avenida, estaba sola, no se veía a nadie.
Falda corta, media pantis, camisa escotada. Tacones. Todavía quedaban algunos
rayos de sol sobre la acera. Tenía un cigarro, todavía apagado, en la mano
derecha. Me sentía destruida, había sido el peor día de toda mi vida. Escuchaba
ruidos que me ponían la piel de gallina: venían del aire.
Volaban alrededor mío. Los veía en lo alto, pero cada vez
los sentía más cerca. Como si a cada segundo bajaran un poco más. Ahora creo
que eran cosas mías. Nunca había pensado que los búhos y los murciélagos
pudiesen simpatizar en un mismo espacio. Pero allí estaban. Volando encima de
mí. Me sentía torturada de alguna forma siniestra.
Veía las plumas de los búhos. Distintos tonos del mismo
gris. Matices, todos grises. Ojos grandes, picos pequeños. Siempre los había
visto como animales dulces, creados por la naturaleza para asustar únicamente a
los niños pequeños, y sin embargo sentía tanto miedo. En cambio los murciélagos
eran como siempre los había imaginado: negros como el carbón. Tétricos.
Pronto se haría de noche. La simple idea me helaba la
sangre. ¿Se encenderían las luces de la avenida esta noche? ¿Podría
reconocerlos entre tanta oscuridad? ¿Qué pasaría después que me hubiesen
alcanzado?
Me repetía una y otra vez que debía mantener la calma. Mamá
siempre decía que los animales huelen el miedo, que si no les temía no me
harían nada. Vaya manera de calmar a una niña. Pero esta noche no soy ninguna
niña. ¿Dónde estará mamá? Ojalá no me vea en este estado. Debo llegar a casa
cuanto antes.
Sólo quedan los últimos rayos de sol sobre la avenida. Los
faroles continúan apagados, creo que esta noche tampoco los van a encender. Le
he pedido fuego a un señor que venía caminando, y mientras encendía el cigarro
me ha ofrecido algo de dinero para que me acueste con él. Sé que no me he
arreglado como una dama, pero tampoco seré su puta. Esta noche no. He seguido
caminando, el frío cada vez me cala más los huesos.
Qué estará pasando esta noche, los pájaros no me dejan en
paz. Siguen volando. Siempre en mi cabeza. Sólo quería llegar al bar y beber
algo con alguien. Con quien fuera. Sólo olvidar mi nombre. ¿Cuánto habré
caminado? Comenzaré a alucinar del cansancio, como si no lo estuviese haciendo
ya. Qué chiste.
No sé qué ha pasado los últimos minutos. ¿Dónde está Daniel?
¿Cuánto rato tengo caminando? ¿Dónde estoy? ¡Mira, un búho! ¡MURCIÉLAGOS! Nunca
pensé que ambas aves pudiesen compartir el mismo espacio.
Ya debe ser más de media noche, quería llegar a casa a leer
y sin embargo no sé dónde estoy. Me he preparado un porro, y justo ahora me lo
estoy fumando. Vaya miseria de día, si parezco una prostituta. Por lo menos
hubiese agarrado el dinero de ese señor. Mamá siempre decía que no debía
aparentar ser algo que no era. Quizás sí sea una prostituta. Vaya cosas para
decirle a una niña.
Sólo quería llegar al bar y beber algo con alguien. Con
quien fuera. Pero estoy sola y no tengo ni a quien compartirle mi porro. Y esas
malditas aves revoloteando en mi cabeza. Si por lo menos estuviese en un bosque
mi miedo a los animales tendría más sentido. Pero mi vida ya no tiene sentido.
Qué triste suena eso.

Me he preparado un último porro y me he quedado dormida en
el escritorio intentando escribir todo lo que he sentido esta noche. ¿Dónde
estará Daniel? La habitación se ve tan oscura, como si fuese gris. Y todas
estas aves siguen aquí. Hasta me ha parecido ver un felino. Pensaría que ha
sido un sueño, pero creo que ha sido un cuento.
He vivido mi propio cuento. Escrito por mí, claro. Una noche
que no fue esta noche. En una vida que no fue esta vida.
Mi propia pesadilla.
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