De miradas vacías y sonrisas al borde de la muerte, de la
vida cuando son hojas secas volviendo a casa, de madrugadas y la luna
recordándonos que somos fuertes —lo somos—, de la vida cuando nos asomamos desde
la planta 32 y nos arrojamos a un vacío que se llama futuro, de tus besos
después del desayuno, de pasar doscientas horas juntos al mes y luego la
soledad, el amor al borde del precipicio.
Íbamos elegantes y nos subimos a un ascensor con
desconocidos y te di la mano, y el mundo se paró por un instante, —la sensación de vértigo siempre es mejor si
nos cogemos de la mano—. Había luces y de repente era Navidad y hacía tanto frío
que los sueños se congelaban; quisimos disparar para ganar, yo nunca supe cómo
hacerlo. Yo nunca sabré cómo hacerlo. Tomamos el tren en la estación de
siempre, tomamos un periódico y un café, y fuimos los extraños más enamorados
del mundo. Jugamos a casarnos, a ser marido y mujer en la vida que siempre
deseamos.
De nuevo la soledad, tengo una taza con un gato asustado en
la que tomo el café. Tengo miedo del futuro. Tengo la nevera vacía y estoy
decidiendo si debo salir de este agujero para ir a comprar. Tengo más miedo de
camino al trabajo que cuando subo a la planta 32 y el mundo se antoja infinito.
Estoy lejos de ti. Lejos de mí. Hay un viejo carro verde precioso cubierto de
hojas, nunca se mueve, siempre está en el mismo lugar.
Pero ni él huye, ni nosotros; y solo esperamos que el futuro llegue pronto para que podamos caminar por las calles como los extraños más enamorados del mundo.
Siempre quiero huir
cuando lo veo.
Pero ni él huye, ni nosotros; y solo esperamos que el futuro llegue pronto para que podamos caminar por las calles como los extraños más enamorados del mundo.
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