La pequeña muerte es cuando cierras esa puerta, y esta casa se queda impregnada de tu olor, y no puedo hacer otra cosa que extrañarte. Hace mucho que no escribo, que no lleno los márgenes de las hojas de palabras, que no tengo inspiración, y puede que sea felicidad (o tristeza). Porque sólo necesito prepararte la cena, poner las velas, colocar el vino, y esperarte, para ser feliz, para poder hacer de ese instante toda una vida. Porque sé que te gusta tomarme entre tus brazos y hacerme bailar por toda la casa, y sé que nunca me dejarás caer -al menos eso me digo-, que amor es encender las luces del árbol de Navidad y sentarnos a contemplarlo. No necesito más que verte aparecer desde lejos con esa sonrisa nerviosa para saber que quiero estar contigo siempre. Y siempre, es siempre.
Tengo un collar de flores hecho de promesas, y arena de playa guardada en un bote en el fondo del armario. Porque enero podríamos ser nosotros, y la ciudad está preciosa llena de ángeles azules, y todo podría ser mejor si te tuviera al lado. Y puede que esta sea una declaración, pero me declaro todas las noches justo antes de dejarte marchar. A veces es una caricia en el pelo, puede que un susurro, o una carrera para darte el último beso. Me me gustaría quedarme a vivir en esos ojos tristes, pero llenos de vida, a rebosar.
A veces caminamos entre libros de segunda mano, nos imaginamos por un loco instante que somos los protagonistas en una desdichada historia de amor, declarándonos justo antes de saltar por el balcón: “Te habría querido toda la vida.” Porque sigues estando en cada uno de los fragmentos que leo antes de dormir, en los giros de la lavadora (¿quieres mirar la lavadora conmigo?), en las sonrisas que me robas haciéndome cosquillas en los brazos. Porque no necesito más que la lluvia, tus manos, y que te acuerdes de mí cada vez que ves que la vida te sonríe junto a un café espumoso y delicioso.
Porque la vida debería ser esto, debería estar llena de tardes de pizza y series en la cama, de noches de cocinar dulces en medio de la música, de panquecas y cervezas, de besos con sabor a chocolate. La vida debería ser una tarde con amigos en un bar y tu mano en mi pierna. Deberíamos tomar el sol en la playa para que nos caliente el alma que la distancia enfrió. Aunque sea para intentar salvarnos.
Porque nosotros, amor, deberíamos ser la historia más bonita en medio de tanto dolor, y no tres puntos suspensivos a través de la línea telefónica cada vez que tomas un avión que te lleva lejos de casa, como si solo supiésemos amarnos cuando nos miramos a los ojos y nos llenamos de calor.
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