4 de noviembre de 2020

"Vos ama, que se joda quien le tenga miedo al amor"

"Vos ama, que se joda quien le tenga miedo el amor". Así terminaba hoy una publicación que me he tropezado en Instagram, en una de estas cuentas que te recuerdan un mensaje por cada día del calendario. Hoy también he sentido que era el primer día de mi nueva vida. Luego de varias tormentas y un par de tragedias, por fin he descansado por la noche y he sentido el sol calentar mi piel entre tanta neblina. 


Hace un mes me bajaba de un avión en Barajas... quisiera pensar que fue el primer torbellino de emociones del preludio de esta historia, pero la verdad es que todo se había comenzado a sacudir mucho antes. Sigo diciendo que la vida me ha estado metiendo una goleada, pero al despertar esta mañana he sabido que el partido había acabado y ahora es mi turno para la revancha. 


Hace una semana el suelo sacudió mi mundo como pocas veces había hecho. Lloré en los brazos de una desconocida como nunca había llorado. Desde entonces he estado pensando en escribir esta carta. Horas antes había escuchado "Solo" de Los Mesoneros y se había sentido como si nunca antes la hubiese escuchado. 


A lo mejor, te quedarás sin la razón de estar con alguien. 

Y a lo mejor, me dejarás con la razón de no estar contigo. 

A veces no quiero saber dónde, cuándo ni con quién estás. 

Entiende que yo estaré bien, a mí solo no me va tan mal. 


Horas después, esa melodía fue el preludio del adiós. Los Mesoneros siguen sonando en mi reproductor en modo ininterrumpido desde que abordé ese avión en Maiquetía. Sus letras me han acompañado en esta aventura que es emigrar. He escrito con su compañía de fondo. He caminado con su compañía de fondo. 


Quise saber la razón de por qué te marchaste así.

Te fuiste sin notificación. 

Vi las advertencias y no tuve precaución. 

Debía saber tu intención. 


Hoy monté bicicleta por primera vez en 12 años. Monté biclicleta mientras sonaba Juntos; nuevamente, con su compañía de fondo. Pensé que no podía, pero pude. Llegué a casa agotada luego de recorrer 10 kilómetros con la brisa salada en mi cara. Sí puedo. Siempre puedo, no importa lo que venga después. 


Entonces recuerda: Ama con todo tu corazón. Y manda a la mierda a cualquier cobarde que le tenga miedo al amor. 

3 de noviembre de 2020

Las sonrisas

En estos días me he encontrado sola frente al mar. Parece que solo somos él y yo. Es un lugar inmenso para estar sola. Lloro con desgarro porque quien siente, sufre; quien ama, sufre. Pero he hecho las paces con mi dolor, he aceptado que debo sentirlo y vivirlo en la misma plenitud con la que disfruto y vivo los momentos felices. Alguna vez leí que el dolor es momentáneo, que es mi enemigo y mi aliado. He perdido demasiadas cosas en poco tiempo pero aún así río cuando me consigo un gato tumbado en la pared disfrutando del calor del sol, y le saludo. El corazón es muy grande y se encoge cuando sufre, pero sigue siendo grande y sigue amando. 




Cuando camino sola de regreso a casa me gusta hablar por teléfono. La compañía es agradabe si la conversación lo es. El invierno está llegando y cada día anochece más temprano, pronto estará oscuro cuando regrese a casa y ya no podré disfrutar los atardeceres. Es lo único que me mantiene viva en este momento, esos pequeños momentos que me recuerdan que mañana siempre será otro día y que puedo vivir un día  a la vez. Sin presionarme por el mañana, sin cuestionarme a mí misma cada segundo. 


Algo bueno tenía que venir. 

Esta semana he escrito mucho. He escrito más en cinco días que en el último año. Eso me enorgullece. 

Es un rencuentro con una parte de mí que aprecio mucho y se había ido a dar una vuelta, pero que ahora ha vuelto. 


Venecia está vacía. Es impresionante ver la Plaza San Marcos sin una multitud. Esa es una pequeña victoria: al menos un gol le tenía que meter a la vida. Pero también me genera mucha angustia. Es una señal de alarma ante la incertidumbre del porvenir. Un confinamiento es difícil, pero se necesitan herramientas que no tengo para vivirlo con tanto dolor por dentro. 


Nunca sabré cómo se ven tus ojos frente al mar. Cómo se mueve tu cabello rebelde bajo la brisa marina. No me canso de caminar frente al mar pero me pregunto constantemente si los gatos se cansan de ver el mar. Cada mañana espero un rescate que me aleje del silencio y la soledad y los pensamientos cortantes. A veces llega en forma de mensaje instántaneo con una invitación a cualquier lado. "Sí" es mi nueva palabra favorita.


Los periodos sin abrazos son tan largos que a veces olvido cómo se siente que otra persona roce mi piel. Las personas son más frías y el virus los mantiene al margen. La distancia, las mascarillas. Hoy me he sorprendido al descubrir la hermosa sonrisa de una compañera. Nunca había visto su sonrisa, pero no porque no sonría, si no porque la mascarilla la mantiene oculta. Qué importantes son las sonrisas. 

1 de noviembre de 2020

Carta abierta a mí misma













A veces duele, a veces todo huele a nostalgia y la vida es una página que nos resistimos a pasar. Hay momentos que son como ese libro que no quieres terminar de leer para que no acabe, para que no pase. He vuelto a gritarle a la nostalgia para que deje de doler, pero la muy puta se ha quedado.

Los días me saben a soledad. La otra mañana me he levantado de la cama luego de pasar la noche llorando y mi compañera de piso no me hablaba porque mis sollozos no la dejaron dormir. ¿Por qué tengo que disculparme por llorar? No estoy llorando por gusto. 

Alguien me dijo una vez que cuando se siente un dolor muy grande se puede abrir un pequeño agujero en el corazón. Casi imperceptible. Los médicos no le consiguen explicación. ¿Así de poderoso es el desamor?

Extraño mi cama, que es mía. Extraño mi baño, donde puedo llorar tranquila bajo la regadera. Extraño tomarme mi café en la tasa de Picasso en el sofá de mi casa mientras la luz ilumina el salón. La felicidad no es llegar a esta habitación silente para acostarme en una cama del tamaño de una caja de fósforos y sábanas frías. 

No sé por qué escribo todo esto. No sé por qué lo publico después. Supongo que tengo ganas de hablar con alguien, de contárselo a alguien y no tengo a quien. Nunca sabrías el océano que hay dentro de mí.

Esta ansía de vivir la ciudad del amor no se cura viviéndola, se cura contigo. Este corazón sigue perdido sin saber a donde ir. He perdido personas y he ganado batallas en estos años, la ciudad que me acogió ahora quiere que aprenda a golpes pero yo no quiero aprender así. Qué injusto me resulta todo. 

Lo que más miedo me da de quedarme sola en el mundo es no tener a donde ir ni quién te espere. Ser esa desconocida que no tiene quien la abrace al llegar a casa ni un refugio íntimo para llorar. Quien no tiene a alguien que le mire deseando quedarse a su lado para siempre. 

No sé si teniendo la certeza de conocer el futuro como lo conozco ahora que es presente hubiese tomado la misma decisión. Últimamente todos me preguntan si me arrepiento de estar aquí, y la verdad es que ya no conozco la respuesta. ¿Por qué me subí en ese avión? Sé que Caracas no es una ciudad a la que puedes regresar meses después y conseguir todo en el mismo lugar en el que lo dejaste, pero valía la pena intentarlo. 


Supongo que al final siempre vale la pena intentarlo.