10 de noviembre de 2014

La cueva.

Hace muchísimo frío. Estoy descalza y no siento los pies, el barro gélido arrebata mi sentir. Comienzo a tiritar, grito y nadie responde. Escucho mi propio eco tras cada movimiento, el eco de la soledad. No hay nadie, definitivamente estoy sola. Ni las piedras ni las paredes me aportan calor. Estoy asustada. Corro, me tropiezo y finalmente me caigo. Estando en el piso pienso que mucho había tardado. No consigo fuerzas para levantarme, estoy cubierta de barro. No sé si tiempo de frío o de miedo. No sé qué será de mí, inútiles ideas me acechan. Respiro pausadamente para intentar calmarme, la calma será mi salida. Tres, dos, uno. Tres, dos uno. Tres... me levanto muy lentamente, dos... respiro mas profundamente, uno... me calmo. Por un momento todo se detiene, hasta mis latidos, sigo hacia adelante. Poco a poco, el frío abandona mis huesos, el barro resulta agradable. Veo una luz, me debato un instante sobre si seguirla o no, y comienzo a caminar tras ella. Me acerco pausadamente, y finalmente la alcanzo. Salgo de la cueva, todo fue una prueba. He alcanzado mi destino, mi maravilloso paraíso.

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