29 de agosto de 2015

Ella es la única por la que todavía maldigo.

En cualquier momento mi corazón dejará de latir. Estoy conectado a esta máquina que lleva el aire hasta mis pulmones, y sin ella no estaría a punto de contarles esta historia.

Los médicos lo han dicho, sólo es cuestión de horas. Espero que Gabriela me comprenda, tan solo esta vez, y la busque. Quiero verla antes de partir. Ni siquiera sé si todavía vive en este maldito país. Ella es la única por la que todavía maldigo.

Todo empezó un veintinueve de agosto. Fue la primera vez que aceptó salir conmigo. Nunca había salido con una niña tan bonita. Una niña, digo, siempre ha sido mi niña y siempre ha sido tan mayor…

Aquella primera cita la llevé al cine. Una vez me contó que sólo le gustaba el cine independiente, así que la llevé a ver una película francesa. La llevé, digo, porque no pude ver la película. Estaba tan nervioso porque estaba con ella que no podía concentrarme en más nada.

Al salir de la función me confesó que le gustaba. Como si fuese necesario aclararlo, nunca hubiese salido con alguien como yo si no le hubiese gustado al menos un poquito. La agarré de la mano. Esa noche no nos dimos ni un besito.

El catorce de septiembre fuimos a cenar. Le había llevado un ramo de flores amarillas a su trabajo en la mañana, y se había puesto roja como un tomate. Una vez me contó que le gustaba mucho la comida japonesa, así que la llevé a un restaurante japonés.

Al llegar a la entrada de su edificio, esa noche, después de haber ido a cenar a aquél restaurante, nos besamos. Me sentí volar: ella era la mujer más maravillosa que había conocido. Que he conocido. Yo era sólo un niño y su simple presencia me hacía feliz.

El veintidós de septiembre le pedí que fuese mi novia. Fui a su casa con películas extrañas, como ella. Llevé chocolates, muchos, porque no sabía cuál era su favorito. Me arrodillé porque si no llegábamos al matrimonio, al menos, le habría pedido que fuese mi novia como ella lo merecía, y le pedí que fuese mi novia. Me dijo que sí.



Disculpen, la maquina me ha traído a la realidad. Les estoy contando mi único verdadero amor, y la muerte está impaciente por llevarme con ella. Yo creo que me ha matado el cigarro, y no las drogas ni el alcohol como siempre decía mi mamá. Es una lástima que nunca nos hayamos entendido.



Pasé con esa mujer ocho maravillosos meses. Ocho meses cargados de locura, de pasión, de amor, de amistad. Siempre fuimos dos niños cuando estábamos juntos. Pero las noches de sexo fueron las mejores. Todavía lo siguen siendo, al menos en mis recuerdos.

Después todo terminó muy deprisa. Fui yo quien la dejó. Nos hacíamos daño sin saberlo, ella casi no comía, sólo lloraba. La dejé. No volví a mirar atrás.



Me he quedado callado, la verdad es que les he mentido. Todo empezó antes de ese día de agosto. Mucho antes. Todo comenzó tres años antes de aquella noche de cine: Un día estábamos en el colegio, era la hora del receso y yo estaba sentado junto a su hermana. Ella se acercó y le pidió algo de dinero prestado. Su belleza me dejó sin habla apenas la vi, sé que tartamudeé algunas palabras sin sentido. Ella dijo que era un niño tierno. Fue en ese momento cuando caí en su hechizo.

Los tres años subsiguientes hice todo lo que pude para que me notara. Fuimos amigos. La cuidé de algunos hijos de puta que la hicieron llorar. Fui su hombro cuando inevitablemente algún cabrón le rompía el corazón. Fui su mejor amigo, y ella la mía. Me costó tanto salir de esa zona de amistad. Friendzone le decían en aquél momento.

Seis arduos meses de incesable trabajo hasta que aceptó salir conmigo aquella noche al cine. Las mujeres creen que haciéndose las duras nos enamoran, y yo creo que esta mujer conmigo lo logró. Pero fue la única. Ella es la única.

Después de que terminamos tardamos cuatro meses en volver a vernos. Fue ella quien me llamó, yo nunca hubiese podido volver para molestar todo aquello que ella había logrado construir sin mí. La quería demasiado para eso. Le dije que la amaba, pero no podía estar con ella. Se fue, recuerdo que todavía tenía lágrimas en los ojos.

Dos meses después volví a verla. Le dije que la amaba, pero no podía estar con ella. Ocho meses después la llamé. Nos vimos. Me dijo que ya no sentía lo mismo. Fue entonces cuando comencé a salir con Gabriela, mi esposa. A veces la veía a ella, una vez le dije que quería dejar a Gabriela para estar de nuevo con ella. Me dijo que aunque no estaba con nadie, no quería volver a esa relación tortuosa.

A pesar de que nos volvimos a ver esporádicamente, más nunca intenté volver a estar con ella. Le envié la invitación a mi boda, pero no fue. No sé si se casó. No sé si tuvo hijos. No sé dónde vive. No sé si volvió a ser tan feliz como lo fuimos nosotros. Pero no he dejado de pensar en ella ni un maldito día. Aun cuando duermo con Gabriela, pienso en ella. Me da vergüenza. Ella es la única por la que todavía maldigo.

Quiero volver a verla, necesito volver a verla y decirle de una maldita vez que nunca he dejado de amarla. Ella tiene el arte tatuado en la cara, y si volviésemos a nacer podríamos construir con su arte un mundo donde quedarnos a vivir y morir juntos. Ella es la única por la que todavía maldigo.

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