Hoy muere Aurora, mi mamá, una gran mujer reducida a cuatro huesecillos en los últimos años. Una mujer que solo supo vivir para trabajar por su familia y los demás. Amó mucho a mi papá, a sus hijas y sus nietos...
Siempre recordaré, con agua en la boca, los deliciosos canelones que nos preparaba cada 25 de diciembre, con una sazón en la cocina que parece heredamos mi hija y yo.
Casi alcanza los 100 años —1915, 1916 o 1917: qué importa, nunca lo sabremos—, casi llena el cupón completo.
Era viuda y estaba harta de vivir, ¿cómo juzgarla? - fue la niña menor de cinco huérfanos de padre, dejó su infancia en la pobreza del Barrio Gótico de Barcelona y su juventud en la Guerra Civil Española, donde aprendió a ser dadora como enfermera de La Cruz Roja. En su treintena, siguiendo al aventurero de mi padre, cruzó el charco y se vino a las Américas con su única hija para aquel entonces. Aquí, en Venezuela, echó raíces, tuvo dos hijas mas y cuatro nietos, y enterró a mi papá, hace casi treinta años.
Desde la guerra, o quizás desde mucho antes, no lo sé, dedicó su vida a la enfermería, a ayudar y cuidar a los otros, hasta que finalmente se jubiló en Venezuela. Fue enfermera, costurera, cocinera, jardinera, parecía casi médico y siempre nos cuidaba a todos. Todo lo que tocaba lo convertía en magia.
Nunca dejó espacio para las risas y sin más remedio su carácter se fue agrietando con los daños y con los años… y aun así es la abuela más consentidora que he conocido, de esas que siempre preparan tu plato favorito solamente para ti. Conmigo siempre fue especial, su chichita, aunque fui la mas rebelde de las tres.
Siempre fue dura como un témpano, tanto para las cosas buenas como para las cosas malas. En todos estos años la vi poco sonreír y mucho trabajar, pero a pesar de todos los hechos que la acontecieron, estuvo en el mundo de los vivos más años de los que muchos de nosotros ha vivido o vivirá jamás. Tuvimos la dicha de que fueras parte de nosotras, y sabemos que siempre hiciste lo mejor que sabías por tu familia.
Te moriste durmiendo el sueño de los justos, totalmente en paz por haber llevado una vida con ética y moral: nada te perturbó.
Mi hija y yo te queremos mucho, y tú nos quisiste muchísimo. Inmensamente. Nuestro corazón solo guarda espacio para los momentos bonitos que compartimos, aunque en los laberintos del cerebro los sentimientos básicos se entrecruzan en cada recuerdo.
Te recuerdo en mi infancia, en mi rebelde adolescencia, en tu forma abrumadora de protegerme, cuando te jubilaste y enfermaste, cuando me fui de casa, cuando me mude una y otra vez de continente, cuando te hice abuela y como extendiste hacia mi hija el amor que me tenías. Estoy llena de recuerdos gratos, y los no tan gratos se fueron en su momento al olvido.
Como dice Edgar Allan Poe, vivirás en mi cabeza, en nuestras cabezas, y en las cabezas de los hijos de nuestros hijos mientras sigamos echando todos los cuentos que viviste, creaste, recreaste y contaste a lo largo de tu vida.
Con mucho amor, escrito y reescrito entre mi mamá y yo.
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