Llevo unos días dándole vueltas al tema, a la tortilla, para
ver si mirándolo desde otro punto tengo menos culpa y más sentido. Pero nada.
Sigo pensando si seré merecedora de tus palabras, si todos esos gritos que
callas con escritos tienen un poco de mí, si seré yo de la que hablan tus
poemas.
Y siempre acabo igual, prometiéndome no volver a pensar en ello. En ti. Dejándome claro que lo único que sé de sobras es que yo sólo soy yo.
Llevo todos estos años haciendo el amago de que estoy viviendo. Sonriendo para que creas que soy feliz —sin ti—. Llorando bajo la ducha para que creas que no me duele nada. Corriendo para que creas que lo que tengo es prisa, y no ganas de huir —de ti—.
Ignorando por completo que la forma más rápida de huir de ti era quedándome en mí.
He aprendido, no voy a decir que de mis errores, pero he aprendido. He aprendido que ser una triste es una buena excusa para que me hagas reír, que ser fría siempre te incitó a besarme, y que cuanto más distante era, más fuerte eran aquellos abrazos. He aprendido que no hay una luz al final del túnel, pero que follar a oscuras tiene su punto. Como lo de jugar a desconocernos cuando nos cruzamos de la mano de otros...
He aprendido, cariño, a matar a todos los monstruos que vivían debajo de la cama, a dejar de ser tu princesa de cuento para empezar a ser la reina de mi historia.
Antes de conocerte creía que estaba condenada a vivir con ellos, no sentir miedo era una sensación tan extraña para mí que, si no los veía, tenía que inventármelos.
Me volví valiente el día que me dijiste que tenías miedo.
Tiene un miedo precioso a morirse de mayor, a no jugarse la vida lo suficiente. "Dame la oportunidad de enseñarte el miedo a vivir el momento, que suena bien, pero vivir sólo es otra forma de morir", le dije.
Me he intentado convencer a mí misma de no necesitar a nadie para ser feliz, y todavía sigo. Todo es más difícil desde que no estás conmigo, pero tampoco sin mí.
Que ya no levanto cabeza desde que sé que lo que voy a ver, siempre va a ser peor de lo que puedo llegar a imaginarme. Desde que sé, que por mucho que te busque a lo lejos, esa silueta que voy a intentar descubrir, no será la tuya.
Un domingo, un portazo, y los dos fuera. Yo tampoco entendí eso de que ninguno se quedara dentro, pero nos miramos como pidiéndonos perdón mientras nos mandábamos a la mierda. Y nos fuimos, cada uno por su lado.
Hoy me permito odiarte, porque sé, porque puedo; y pienso poner de excusa mi fragilidad emocional, porque sabes que no, porque puedo. Decirte que no sé qué coño estoy haciendo ni conmigo,
ni sin ti.
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