12 de noviembre de 2012

El problema de nuestra generación.

Ocurre que a menudo nos preguntamos ¿por qué? cuando en realidad la respuesta siempre está en nosotros. Y sí, mucho se ha hablado de que ‘el cambio empieza por uno’, pero ¿sabemos qué cambiar? Quizás, la comodidad, y no en sí la pereza, sea la madre de todos nuestros vicios. El problema de nuestra generación es que se echa a la cama antes de hacerse fama. Bien lo dijo Pedro Piedra en su canción Inteligencia dormida, y parece que cada día intentáramos confirmarlo. Los planes, los proyectos, las ideas… sobran. Sin embargo, hay sequía de acciones. Lo queremos todo fácil, todo a través de contactos, todo porque lo merecemos. ¿Lo merecemos? No sé, quizás al décimo F5 que hacemos por hora, deberíamos replanteárnoslo. El problema de nuestra generación es que cree que el dinero, la fama y el amor le va a llegar por e-mail.

Bueno, pero ¿qué podemos esperar de una generación que deja a sus parejas por mensajes de Facebook? Ah, la cobardía. Qué poco sexy nos luce a veces. Seguro es más cómodo luchar detrás de una computadora, amar en 140 caracteres y cambiar el mundo subiendo la fotografía de un perrito con un mensaje en Comic Sans. Las campañas de concienciación social, cultural, política, ambiental; sobran en las redes sociales. Un me gusta aquí, un me gusta allá y fin a tanta polémica. El interés interesado. Ése con el cual pretendemos que algo nos importa —momentáneamente— sólo para que otros vean que nos importa. El problema de nuestra generación es que confunde inteligencia y éxito con títulos universitarios. Ah, las apariencias.

Citar a muchos autores en un artículo, tampoco es sinónimo de inteligencia. No se confundan. O sí, como dijo Heidegger. Sin embargo, lo más triste de nuestro caso es que nos jactamos de modernos cuando aún hay hombres que se ponen incómodos al comprar tampones y mujeres incómodas al comprar condones. La ironía, a veces, ni siquiera se toma la molestia de esconderse. Tantos doctorados en el extranjero, pero seguimos fallando en lo fundamental: el qué dirán. El problema de nuestra generación es que todavía existen mujeres que aunque saben que su novio le es infiel, creen que es peor no tener novio. Pánico escénico a la soledad. Como si detestáramos nuestra compañía.

Y tanto la detestamos que idealizar también resulta una idea genial. Claro, si podemos denunciar injusticias con favs, por qué no enamorarnos de personajes con miles de seguidores en Twitter, acostarnos con ellos y de pronto, levantarnos con personas. Ah, la realidad. Qué triste luce todo cuando nos quedamos sin Internet, y entonces, nos encontramos con la vida. El problema de nuestra generación es que se enamora de la idea de estar con una persona y no de la persona. Nos falta aterrizar. Nos falta acabar con ese espíritu hippie renacido que hace quedar mal a la Teoría de la Evolución. Pobre Darwin. Paz en su tumba.

El problema de nuestra generación es que es ésta, y no otra. Cualquiera. Tal como pensaban los de la generación anterior.

Por Alejandra Coral Mantilla, originalmente publicado en La República - Ecuador.

4 de noviembre de 2012

Café.

Aún recuerdo esa tarde, sentados en el banco cerca de mi casa hablando de trivialidades de poca importancia que nos unirían a lo largo del tiempo. Fue hace poco más de dos años... Y entre una cosa y otra empezamos a hablar de nuestros gustos y, me preguntaste por mi color favorito, ¿te acuerdas? 

Me quedé viéndote como aquél que no quiere la cosa, meditando exactamente cuál era mi respuesta... En ese momento me di cuenta que yo todavía tampoco la sabía. Resultaba una pregunta sumamente sencilla con una respuesta mucho más compleja. 

Un cambio. Un cambio agradable. Entonces pasó. Tu mirada, llena de expectativa, mientras yo jugaba con tu pelo y algo me decía que mi color favorito iba a cambiar por el resto de nuestras vidas. Ahí estaba la respuesta, frente a mí, en esos ojos sinceros: el café, dije por fin. Y aunque te sorprendió mi respuesta, pues era un color poco común, nunca me has preguntado por qué, simplemente te limitaste a decir que el tuyo era el rojo. El rojo carmín. El rojo fuego. El rojo pasión. Como el que siempre llevabas en los labios. Y me regalaste una sonrisa envuelta en tu color, de esas que aun hoy me hacen perder la cabeza. Tan romántica como siempre, tan fresca, tan espontánea.

Nunca sabré por qué tardé tanto en contestar, cómo no lo supe desde antes. Ese tiene que ser mi color favorito, es la única explicación para que cada día me despierte cinco minutos antes de tú, solo para verlos despertar junto a mi pecho. Decirle hola al nuevo día, y acercarse con una sonrisa.

El día que tu mirada me falte, no sé qué podrá ser de mí.