Te espero en la habitación, fumando y mirando por la ventana, escribiéndote una carta, la definitiva. Anoche solo tuve pesadillas que no me dejaron soñar con tu carita. Quiero que pasen los meses y seguirte escribiendo cartas que digan que eres el único que llegó al fondo de mi corazón y, si quieres, te cedo una parte de él a tiempo completo para toda tu vida. Es una puta certeza saber que con tu inteligencia puedes construir mundos a través de las palabras.
Tengo preparado el plan B en el caso que me digas que no, la huida perfecta, la maleta en la puerta, el kit de alimentos no perecederos, el boleto de retorno y la determinación para rondar los vagones recitando poemas que hablen de desamor, que me recuerden a mí misma que debo olvidarte.
Te espero en la habitación, con la cama deshecha y llena de libros y un montón de palabras dando vueltas por la atmósfera. Alguien escribió una vez que le daría la vuelta al mundo para volver a abrazarte por la espalda, y yo no sé, tendría que borrar el “volver” y solo darle la vuelta al mundo.
Pensé en prometerte que me quedaré los próximos mil días a tu lado, pero ya uno no sabe si ese número se devalúe y termine convirtiéndose en unos pocos días. Por eso, prefiero no prometerte nada y darme cuenta un día que hemos compartido juntos mil días. Tal vez, alguna vez, me veas tan bonita que te duela.
Yo te seguiré esperando en el mundo de mis sueños, para que nos tomemos un par de birras y me digas de nuevo que quien no apoya, no folla y quien no arrastra, no acaba. Para reírme como si esas palabras carecieran de significado y, finalmente, apoyar y arrastrar la botella, porque quién sabe qué es real y qué no en el mundo de los sueños.
Te espero, para cuando pase este desastre y estemos rotos, para volver a construirnos de nuevo y podamos ser eternos, tan solo por un instante.