19 de enero de 2017

Biografía de un amor.

Nací hace mucho tiempo, llorando y llena de vida, entre el eco de un amor en una cama perdida; he muerto tantas veces que ya no recuerdo cuántas, me gustaría tenerte pero te me escapas.
Soy libre porque así lo he decidido, aún así me duele que te hayas ido; envidio a la lluvia pues no teme caer y al ciego por todo lo que puede ver. Agradezco al viento por dejarme respirarlo, bailo con mis sueños para no olvidarlos; admiro a los árboles porque saben del tiempo y como por instinto a veces miento.
He habitado el sol y una vez rompí la luna, nunca tengo la razón pero tampoco tengo dudas. Guardo estrellas en un cajón por si quiero pedir deseos y deseo que estuvieras aquí, que me quisieras como te quiero.
Las plantas de los pies me quedan chicas y le faltan alas a mis brazos, no sé dar abrazos y estoy acostumbrada a huir. Nos parecemos tanto que sé que te vas a ir. Llévate lo que puedas, pero el recuerdo se queda aquí. 

8 de enero de 2017

De lo que debería ser la vida y otras cosas







La pequeña muerte es cuando cierras esa puerta, y esta casa se queda impregnada de tu olor, y no puedo hacer otra cosa que extrañarte. Hace mucho que no escribo, que no lleno los márgenes de las hojas de palabras, que no tengo inspiración, y puede que sea felicidad (o tristeza). Porque sólo necesito prepararte la cena, poner las velas, colocar el vino, y esperarte, para ser feliz, para poder hacer de ese instante toda una vida. Porque sé que te gusta tomarme entre tus brazos y hacerme bailar por toda la casa, y sé que nunca me dejarás caer -al menos eso me digo-, que amor es encender las luces del árbol de Navidad y sentarnos a contemplarlo. No necesito más que verte aparecer desde lejos con esa sonrisa nerviosa para saber que quiero estar contigo siempre. Y siempre, es siempre. 

Tengo un collar de flores hecho de promesas, y arena de playa guardada en un bote en el fondo del armario. Porque enero podríamos ser nosotros, y la ciudad está preciosa llena de ángeles azules, y todo podría ser mejor si te tuviera al lado. Y puede que esta sea una declaración, pero me declaro todas las noches justo antes de dejarte marchar. A veces es una caricia en el pelo, puede que un susurro, o una carrera para darte el último beso. Me me gustaría quedarme a vivir en esos ojos tristes, pero llenos de vida, a rebosar.

A veces caminamos entre libros de segunda mano, nos imaginamos por un loco instante que somos los protagonistas en una desdichada historia de amor, declarándonos justo antes de saltar por el balcón: “Te habría querido toda la vida.” Porque sigues estando en cada uno de los fragmentos que leo antes de dormir, en los giros de la lavadora (¿quieres mirar la lavadora conmigo?), en las sonrisas que me robas haciéndome cosquillas en los brazos. Porque no necesito más que la lluvia, tus manos, y que te acuerdes de mí cada vez que ves que la vida te sonríe junto a un café espumoso y delicioso. 

Porque la vida debería ser esto, debería estar llena de tardes de pizza y series en la cama, de noches de cocinar dulces en medio de la música, de panquecas y cervezas, de besos con sabor a chocolate. La vida debería ser una tarde con amigos en un bar y tu mano en mi pierna. Deberíamos tomar el sol en la playa para que nos caliente el alma que la distancia enfrió. Aunque sea para intentar salvarnos.

Porque nosotros, amor, deberíamos ser la historia más bonita en medio de tanto dolor, y no tres puntos suspensivos a través de la línea telefónica cada vez que tomas un avión que te lleva lejos de casa, como si solo supiésemos amarnos cuando nos miramos a los ojos y nos llenamos de calor.

4 de enero de 2017

Sí, me haces falta hoy

Sale el sol por la mañana y en un instante todo parece tan fácil y sin embargo, sigue siendo tan lejano, tan efímero. Es como intentar atrapar un pájaro con las manos: terminará volando. No está hecho para vivir en otro sitio que no sea el cielo. 

A veces me pierdo entre mis propias lágrimas y me canso de estas luces azules, de esta Navidad inventada, y solo puedo encogerme y esperar que pase la tormenta (aunque ahí arriba un sol lo alumbre todo). Y bailo hasta que me duelen los pies y sonrío hasta que se me olvida como hacerlo, y tengo ganas de que algo de verdad llegue y me arrase por dentro (en el buen sentido), que sea un fuego que dure, que no se termine cada vez que nos alejamos. 

Todas las paradas del autobús me hablan de ti. Conocí la ciudad gris hace muchos años, cuando era fácil vivir, y la visitaba para escribir entre sus atardeceres y hablar con el viento. Para volver a casa en silencio, sin dudas, con ganas.



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Todo es tan efímero que escuchamos canciones de amor sabiendo que algún día serán de desamor y que las cartas que un día escribimos, con el tiempo se convierten en flores muertas. Es entonces cuando todo puede convertirse en silencio. 

Tengo resaca de vida, de las copas que tomé ayer para olvidar que no somos los protagonistas de esa historia que todos los días escribo en tu espalda sin que me veas sonreír ni llorar. Y esta mañana a las diez me despertó la vecina de al lado, que lloraba, y gritaba, “Vete, pero no me amargues más” y después de unos cuántos años casada con su marido lloraba, lloraba, y en el ascensor siempre sonríe, como una máscara, como si sus vecinos nunca la hubiesen escuchado gritar, pero lloraba tanto que me estremecían en sueños. 

Supongo que hay días extraños, en los que nos morimos por dentro, sin motivos. En los que resbalan lágrimas sin sentido que acaban perdidas en la ventanilla del auto, que está fría, como yo, como este corazón. Y necesitamos un cuento, una película, flores adornando la habitación, un buen libro, algo que nos haga volver a creer.

Hazme volver a creer.