29 de junio de 2015
27 de junio de 2015
Carta a Angélica
Hola, otra vez.
Tenía tiempo sin escribirte, te extraño. Nunca he dejado de hacerlo, y a veces creo, o sé a ciencia cierta, que nunca dejaré de hacerlo.
Es extraño, suelo sentarme a pensar en ti, a detallar tu rostro y a recordar tu voz. Me da miedo olvidarte, despertar un día y darme cuenta que ya no recuerdo tu rostro, sin saber como era tu mirada.
A veces siento que aun estás, que te veo, que escucho tu risa, que abro la puerta y estás sentada en la mesa con tu copa de vino... Luego regreso a la realidad y me doy cuenta que no estás, que no volverás.
Me invaden tus recuerdos, nuestros sueños. Te he escrito mil cartas dándote las gracias, disculpándome, y sé que aun no me despido, pero es que no puedo. No te puedo dejar ir aun.
Eres mi angelito de la guarda, no sé donde estás: no creo en el paraíso. Pero dondequiera que te hayas ido, confío en que estés bien. Sé que sabes que te amo, que siempre te escribo aunque no me leas... Aunque nunca te haya dicho que escribía, y lo siento por ello. ¿Es raro, no? Hay tantas cosas que desearía haber compartido contigo, pero era una tonta, aún lo soy, y por eso no lo hice.
Eres mi segunda mamá, gracias a ti sé lo que es tener una familia. Irónico: no teníamos la misma sangre y aun así lo fuiste todo, me enseñaste lo que era una tía, me diste el afecto que mi propia sangre nunca me dio.
Te amo.
Fui cobarde, sabía que te escapabas, que te estabas muriendo, que nos dejabas y aun así no tuve el valor de decirte nada. Era una cría... pero tampoco pretendo excusarme con eso.
Eres una de las personas más fuertes que he conocido jamás y es que te admiro tanto. Irradiabas energía, felicidad. Esa aura tuya que da vida, aun no he conocido a nadie que ilumine así como lo hacías tú. Como una niña corriendo y saltando por ahí, tan fresca siempre. Admirable, imparable. Eres incomparable, en serio. "You are amazing".
Gracias a ti y a mi mamá y a mi abuelita soy quien soy hoy. Soy tan fuerte. A ustedes tres les debo todo... Para mañana tengo que hacer un trabajo sobre las cosas que me motivan, tú me motivabas, y aun sin estar me sigues motivando.
Pienso que hay pocas cosas en la vida que valgan una sola lágrima de otra persona, pero tú eres esa persona que las merece todas. Te juro que a veces te siento, sé que te llevo dentro de mí. Perdón si hice algo mal, perdón por no saberte decir todas estas cosas cuando estabas viva, discúlpame si nunca te dije que te amaba, o si no te lo dije lo suficiente, perdón por molestarme cuando te preocupabas.
Tengo tantas cosas que agradecerte, como por las que disculparme. Mi lista va aumentando cada día.
Tranquila, te seguiré escribiendo, no es la primera ni la última carta que te haré. Aun no me despido. No puedo hacerlo. Siempre te llevo conmigo, siempre te recuerdo, y mientras haya gente que como yo te recuerde tú aun estarás en la Tierra.
Te seguiré escribiendo, aunque ya no estés.
Esta fue la primera carta que envié al Concurso de Cartas de Amor de El Nacional,
en febrero del 2012.
Dedicada a mi tía Angelica, fue por la necesidad de escribirle a ella que abrí este blog.
Hoy les comparto mi primer intento de decirle al mundo que escribía,
y todavía más importante, que la amo.
18 de junio de 2015
Una mañana cotidiana con Elizabeth.
El eco de tantas voces la ensordecía. Elizabeth estaba de
pie, junto a la entrada de la facultad donde esperaba a Verónica cada día,
intentando atisbar algún resquicio de ella. No podía evitar espiar de lejos las
conversaciones de las mesas, o a las personas que hacían cola para pagar en la
cafetería. Cada uno era un mundo nuevo por descubrir.
A los pocos minutos la vio a la distancia. La reconoció por
su caminar, que transmitía la sensación de que todo valiera la pena, tan linda
y auténtica como de costumbre. Llevaba una camisa azul eléctrico y su
característico pantalón vinotinto. La tarea de combinar la ropa no es su mayor
talento. Se preguntó qué pasaría por la cabeza de la gente cuando las veían,
Verónica con su aire de niño, y ella, ella que siempre ha parecido un punto
rosa. Debemos vernos graciosas, casi estereotipadas, pensó.
Se colocaron en la larga cola para pagar un delicioso batido
de fresa para Verónica y un café bien cremoso para Elizabeth. Aprovecharon que
la cola de tarjeta avanzaba lentamente —como siempre— para seguir su discusión sobre
aquel ejercicio de física que intentaban resolver anoche. Verónica tenía una
posible solución. Los reflejos azulados del mostrador le causaban un efecto muy
simpático en el cabello oscuro, que a Elizabeth no le permitían concentrarse en
la explicación.
Luego de pagar, hicieron sus respectivos pedidos. Camacho —el del café— siempre está malhumorado, pero si le dices con cariño que quieres
un café con crema —como acostumbra a hacer Elizabeth—, muy malhumoradamente te prepara un delicioso café con mucha espuma. En cambio, conseguir un delicioso
batido de fresa es tarea fácil: siempre son deliciosos.
Cuando tuvieron sus pedidos en mano, Elizabeth intentó
convencer a Verónica de sentarse en la mesita de plástico azul que acababa de
desocupar un grupo de muchachos que, por sus pintas de hippies, parecían más
bien propios de la facultad de humanidades que de ingeniería. Pero fue
imposible. Ella con su energía inagotable sólo quería caminar, le gustaba descubrir
de nuevo todo lo que ya habían descubierto juntas.
Elizabeth la tomó de la mano. Caminaban por aquél típico
pasillo de Villanueva todos los días pero siempre le conseguía algo nuevo al
recorrido. Le maravillaba que aquellos largos pasillos permitieran la
circulación del aire perenne, como cuando caminas por el campo en un día
fresco. El movimiento le otorga un colorido especial, entre el frío que
transmite el gris del cemento que rodea toda la construcción, el rojo apagado
que vuelve uniformemente por el suelo, el azul de todos los locales llenos de
libros, discos y películas, los toques de verde y marrón que deja el espacio de
tierra, los animales mendigando comida y amor, y el colorido que caracteriza a
cada una de las personas que caminan por allí a diario.
Se quedaron paradas a los pocos pasos, cuando Verónica
retomó su explicación sobre el problema, con el pie le dibujaba la fórmula
matemática sobre el piso rojo. Un par de pasos más allá se volvieron a detener,
esta vez era Elizabeth quién dibujaba sobre el suelo, ahora gris por el
cemento. Rojo, rojo, gris, y vuelve a comenzar.
A su izquierda están las dos primeras tienditas llenas de
lápices, hojas de examen, cuadernos, discos y películas. Se quedaron tan absortas
en su ejercicio de física que dejaron de observar el lugar. Pronto pasaron la
entrada a derecho con sus pequeños quioscos llenos de leyes, y fue entonces
cuando regresaron al mundo que las rodeaba. Elizabeth redujo el paso, empezó a
quedarse mirando los libros de las tienditas. Siempre le costaba mucho
conseguir cualquier cosa en esos conglomerados. Verónica se concentró en
exprimir las últimas gotas de su batido, y aprovechó la distracción de
Elizabeth para ir a botar ambos vasos.
Apenas regresó, Elizabeth —que rara vez olvidaba algo— le
recordó que debían sacar las fotocopias para su clase de la tarde, así que
pasaron sobre la tierra y se acercaron a uno de los puesticos grises adosados al
edificio ingeniería del lado derecho del inmenso pasillo. Cada vez que deben
sacar alguna copia juegan a adivinar cuál de aquellos señores habría sido de
los partidos de ultraizquierda de la década de los 70, 80 y 90 que hacían vida
en esos mismos locales. Algunas veces hasta discuten si habría pertenecido a
ruptura o la liga socialista.
Una vez tuvieron sus copias, regresaron a su recorrido
habitual. Elizabeth estaba empeñada en revisar todos los puesticos y buscar
libros entretenidos aunque nunca comprara ninguno. Pero esta vez fue Verónica
la que encontró el libro del día, casi en el último local: “El tiempo entre
costuras”, de María Dueñas. Para su sorpresa, cuando le preguntó al señor que estaba
atendiendo por el precio del ejemplar, sobrepasaba por mucho su presupuesto. Mil
quinientos bolívares, le dijo. Otro libro más que agregaron a la lista de
aquellos que no se comprarían.
Llegaron al final del pasillo, y el característico olor a
orine de las escaleras que desde hace años suben a la nada, las empañó. Elizabeth
arrugó la cara, y Verónica no pudo evitar darle un beso. Decidieron caminar
hacia la derecha, y no a la izquierda como habían hecho ayer. Cada vez que
pasaban por allí Verónica liberaba su lado sobreprotector, como si algún gran
peligro estuviese acechando. Se encaminaron hacia el pasillo de arquitectura,
mientras dejaban las canchas atrás, donde cada día pasaban eventos poco
decorosos de los que Elizabeth evitaba hablar.
Finalmente llegaron al cafetín de arquitectura, donde se
encontraron con Johel, su amigo con afro. Se quedaron hablando con él de las trivialidades
de la vida. Ese podría ser uno de los lugares favoritos de Elizabeth: tanto por
lo agradable del espacio abierto como por la gente distinta que lo frecuenta.
Dentro de poco tendrán que regresar a clase, y con eso, terminar el hechizo.
11 de junio de 2015
A mi futuro esposo.
He decidido escribirte esta carta, creo que es importante explicarte algunas cosas antes de que decidas conocerme, así nos ahorramos desilusiones y algunas lágrimas en caso de que nada de lo que esté escrito en estas líneas te satisfaga.
Cuando me encuentres sabrás que soy yo porque llevaré zapatos de colores, no sabré nunca dónde están los pares de medias iguales, hablaré muy alto y haré muchas muecas. Mientras camine a tu lado, posiblemente, tropezaré con algo y en el peor de los casos, me caeré. Por último, pero no menos importante, sabrás que soy yo porque cuando me hables te miraré tan profundamente a los ojos que te dejaré nervioso, tan nervioso que sabrás que me has encontrado.
Te garantizo que el tiempo que pasarás a mi lado no estará repleto de felicidad en su totalidad, te prometo discusiones y peleas, te garantizo que habrá momentos en los cuales odiaré tu sonrisa y tú no querrás verme bailar en la cocina mientras caliento en el microondas la comida del día anterior. Eso sí, en esos momentos siempre sabremos que el día de la reconciliación será el mejor de todos, porque no sabemos vivir sin nuestro “nosotros”.
Nuestra vida no será digna de salir en la portada de la ¡HOLA!, no tendremos hijos perfectos, un Mercedes Benz descapotable ni una casa en París. Probablemente vivamos en una casa en algún pueblito acogedor o en un apartamento pequeño en el centro de alguna ciudad con playa. Nuestros hijos tendrán gustos raros para sus edades y las paredes de nuestra casa estarán pintadas a lo Pollock, porque así las pintamos cuando compramos el apartamento.
Te aseguro tardes de domingo divertidas. Bailaremos en la sala escuchando la primera canción que suene al encender la radio y cuando estemos cansados nos lanzaremos al piso a contar las grietas que tiene nuestro techo gracias a la filtración del apartamento de la vecina aburrida del piso de arriba. En algún momento decidirás hacerme cosquillas y terminaremos dándonos un beso como el del primer día.
En nuestra casa siempre habrá flores, porque me gustan, y en caso de que seas alérgico también tendré siempre una pastilla para ti.
Cuando salgamos y empiece a llover no esperes que me meta debajo del techito de alguna tienda llena de gente que hará lo mismo, te invitaré a volver a casa bajo la lluvia. Al llegar, convertidos en dos pingüinos, nos amaremos el doble bajo una ducha caliente.
Antes de dormir no hablaremos de nuestros problemas en el trabajo, voy a querer que me leas, una vez más, el poema de aquel libro que te gusta desde que tienes 15.
Cuando seamos viejos nuestros nietos pensarán que estamos locos pero se reirán tanto a nuestro lado que siempre querrán estar con nosotros.
Y cuando me muera, antes que tú, estarás tranquilo porque sabrás que nuestra vida fue única, diferente, llena de problemas solucionados, bailes en la sala, libros viejos, tardes de película, peleas que terminaron con besos y gripes curadas con caldos de pollo y amor. Cruzarás la calle, llegarás a la orilla y lanzarás mis cenizas al mar con la seguridad que no podrías haber tenido una vida mejor compartida.
Ahora que ya lo sabes, si estás dispuesto, bienvenido. Posiblemente seas tú el gran amor de mi vida.
7 de junio de 2015
Esa mierda que algunos llaman amor.
Nadie habla ya de Benedetti cuando es verano, se olvidan de Neruda si no es primavera. Pero yo quiero seguir haciendo contigo lo que la primavera hace con los cerezos y quiero que nos busquemos a besos y mordiscos, que la distancia se mida en piel contra piel o en manzanas mordidas.
Quiero pecados compartidos, cicatrices que fueron heridas y han sido curadas con saliva, quiero llevarte clavado en el cuello y que mi clavícula pida a gritos uno más de tus besos. Ahogarme en toda esa mierda que algunos llaman amor, y necesito quedarme sin oxigeno debajo de una almohada que no sea la mía.
Vamos a hacer de esto París, Madrid, Barcelona y los suburbios de Londres para hacer de estas sábanas un universo paralelo.
4 de junio de 2015
Contigo, todo.
Hay un montón de cosas que me muero de ganas por hacer contigo: tomar tu mano, ver tu sonrisa, perderme en tus grandes ojos, hacerte cosquillas, escucharte reír a carcajadas, contar tus lunares, hacerte mil dibujos en tu espalda, relajarme con tu respiración, escuchar tus laidos.
Contigo lo quiero todo, corazón. Quiero conocer tus historias y entender que el pasado nos ha preparado para hoy. Quiero darte mi todo, pero el día de hoy, esta noche, me conformo con escuchar tu voz. Hoy no será una fiesta ni mucho alcohol lo que valdrá la pena. Hoy solo serás tú, y tu linda voz, que no importa lo que diga me encanta y quiero perderme escuchándola por horas.
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