29 de febrero de 2020

Siéntate conmigo un rato

Aún no inventan la palabra que describa lo que es sentir tu mano contra la mía, el calor, el roce, el temblor en mi garganta. Pasar saliva sin poder hablar. 

Eres el primer sabor de un buen tinto, el recuerdo de un cálido día nublado, la lluvia que me arrulla al dormir, el vapor del té de manzanilla. La infancia de tus ojos me hipnotiza, la fuerza de los míos me delata, quiero volverme el eco de tu risa, las horas que nos faltan. 

Mi rincón favorito es la comisura de tus labios, tu voz cuando hablas cosas que no entiendo, todo lo que te ha hecho daño. Vamos a juntar nuestros cristales rotos para que brillen con la luz del día en el que no necesitemos más que ser nosotros.

23 de febrero de 2020

Las frases que no escribo

A veces, cuando estoy contigo, mi cabeza encuentra la frase perfecta para comenzar nuestra historia. Sin embargo, tan pronto dejo de verte, se esfuma antes que pueda rasgar la hoja con el grafito. ¿Acaso no es digna de ser escrita? Me duelen como las heridas que no le hago al papel.

Hace un par de diciembres me dije a mí misma que quería volver a creer que el amor todo lo puede. Ese mismo día me pregunté si el amor realmente existía. Esta tarde, cuando dormías en mis brazos, me di cuenta que sí, existe. Instantes como esos, son amor. Sigo sin saber si ese cabrón realmente lo puede todo, pero, al menos ahora tengo evidencia de su existencia.

Derrumbé la muralla, tumbé las paredes, cerré el ojo de la nuca. Cada mañana me repito a mi misma que ya no necesito que vigile, que todo estará bien. Ya es demasiado tarde para que el miedo toque a mi puerta o se cuele por la ventana de la casa. Que de todos modos, le paso candado y boto la llave, solo para asegurarme. La ciudad y la noche parecen infinitas cuando me tomas de la mano y me susurras al oído que me quieres.

Hace tiempo que siento las miradas clavadas en mi espalda, culpándome, juzgándome. Pero contigo, no. A tu lado parece que es primavera en el infierno, aunque de todos modos, no deja de ser infierno por eso. Tengo preguntas sin respuestas guardadas en la gaveta de la mesita de noche: ¿El tiempo existe? ¿Es relativo? ¿Podemos atraparlo? ¿Es posible que puedas leer mi mente? ¿Me quieres?

He dejado de mirar el horizonte esperando encontrar las respuestas y fue entonces cuando entendí que comprometerse debe ser algo así como enviarte mis bragas favoritas, usadas, en un sobre certificado para que el cartero te ruegue que firmes. A veces me siento como una casita de madera en lo alto de un árbol de una pequeña isla del Caribe, esperando un huracán. Pero, la verdad, es que prefiero enseñarte las cartas antes de empezar la partida, porque nosotros hemos ganado aquello por lo que otros matan y mueren.

Guardo la pistola descargada porque esta vez no voy a jugar a la ruleta rusa.

21 de febrero de 2020

Las metáforas del tiempo




En mi cabeza, me gusta llamar a Sesma, mi poeta. Su poesía me acompaña casi a diario; sin embargo, hoy no consigo recordar si se trata de “lo que hace la primavera con los cerezos”, o viceversa.

Fue en este viaje, en el altiplano boliviano, cuando comprendí eso que había escuchado alguna vez, posiblemente de un profesor. Creo que fue en mi paso por la Escuela de Letras, pero no lo sé. Algo así como que la distancia nos hace ver azules a las montañas. Sin duda incluía las palabras distancia, azules y montaña. Qué razón tenía. A medida que avanzábamos en el coche, los azules se pronunciaban cada vez más. De tenues a classic blue.

No tengo dudas que, del otro lado de la laguna, cualquiera que fuese de la decena que vimos (imposible decir “conocimos”) en menos de una semana, había una tormenta. Sin embargo, el silencio. La calma. La pausa. Los flamencos rosados suspendidos sobre la plenitud, dichosos. La vida en medio del vacío.

Los rosados, la arena, las líneas que se desdibujan. Los blancos que parecen amarillos y marrones. El indudable frío. ¿Esta realidad existe para todos? ¿Acaso existe para alguien más? ¿La viví o se ha transformado en la edición de un recuerdo?

“Quiero hacer contigo lo que hacen los cerezos con la primavera”. Me acordé. Pero, si este instante me recuerda a algo, es al invierno. Un invierno duro y arduo. No es nieve derretida ni se siente la lluvia (mentiría). La temperatura tampoco está por debajo del cero (ni cerca). No hay árboles, ni mucho menos cerezos.


Mi madre espera un par de pasos a mi espalda.
No estoy ahora allí, pero lo recuerdo.


Ese día creí que mi laguna favorita había sido aquella en las faldas del volcán Pabellón. Un año después, es la serie de esta otra la que me sigue atrayendo, cuál relámpago. ¿Es así el amor? A veces lo he tenido al frente sin saberlo, lo he dejado pasar sin reconocerlo.




Cuando fui novia de Pabellón, conocí a JP. O sea, a mi Laguna. Creo que fueron los colores del atardecer de Pabellón los que me cegaron para no ver sus estrellas, porque esa noche, no brillaron. Pero los momentos con JP se parecían tanto a estos… los colores, las texturas, los gritos de la lluvia, pero a su vez, la calma y la plenitud. No fue, sino hasta después que la diáspora se lo llevó, que pude reconocer que esos instantes eran (¿son?) amor.


En este viaje pensé mucho en él.
En lo cerca que estaba en ese momento de Argentina,
y nosotros
(¿nosotros? Qué pronombre tan complicado).


La paz de los blancos rememora a la nieve cuando se derrite. Pero no es. Los flamencos apacibles en un azul que no es otro, sino el cielo. La lejanía de los azules de la distancia y las montañas (¿o volcanes?). La tormenta que no se siente, pero existe. Que no vi, pero estaba. Las metáforas.


Si es por culpar a alguien de las metáforas,
por favor,
díganle a mi terapeuta que ya removió suficiente


En una de las muchas reuniones de los martes con Lucas García le conté que «el amor de mi vida» me había regalado su novela. (¿Acaso eso eres para mí? O, ¿eso fuiste?). Me puse roja cuando añadí que me escribiste la dedicatoria más bonita que jamás se ha escrito en un libro. No podría decir quién de los dos se sintió más incómodo después de mis cinco segundos de estúpida valentía. Tal vez Claudia, que entró justo después.

La más fiera de las bestias: «Tercera parte: Revelación». Página 145. Una fotografía hecha el 28 de diciembre de 2018 –un año después–, removió sentimientos de 2017. Antes escribía, todos los días. Escribía para mí. Ahora escribo, regularmente, para alguien más. A veces ni firmo mis propios textos. La mayoría de las veces ni firmo mis propios textos. Hoy vuelvo a escribir, después de seis meses, para mí. Para una fotografía. Para una clase. Para un profesor que vino desde otro país que me conmueve con su generosidad.

«Supongo que a esto saben los amores imposibles, a nostalgia de cosas que no ocurrieron». JP tenía razón. Ahora te digo, mi amor, que lo único seguro de esta vida es que la primavera le gana al invierno, y que siempre –recuerda esto–, llegará el verano.

6 de febrero de 2020

Descompuesta

Camino mientras broto en engaños, como plantitas que me salen por las manos. Hago daño; me doy miedo, por eso tapo los espejos, para no verme a los ojos y caer en mi propia trampa, para no venderme una realidad que atrapa y luego me mata, con sus pequeñas lucecitas de esperanza. Soy mi propia peor enemiga, nunca nadie me había odiado tanto en la vida. Me consumo, y me desgasto, me tiro al piso, y como si fuera buena, me levanto; me digo cosas bonitas, me hago sentir bien, me regalo cristales y luego me los clavo en la frente, me río al verme: “caíste otra vez, tan tierna, tan frágil, con tus ojos grandes”; y me hago llorar, y me doy tristeza, y corro a abrazarme, y me hago bolita, y lloro en mis brazos, me siento chiquita, me vuelvo sollozo, y floto en los ríos que corren por mis ojos. “¿Por qué estás tan rota?, ¿por qué no te arreglas?, tal vez es solo que estás descompuesta”, y me beso en la frente, y me canto canciones que hablan de mi infancia, de tiempos mejores, y me vuelvo agua, y me filtro en la tierra, y se calla el llanto, y se apaga todo, y solo queda el canto…

Fotografía: Bruno Bacigalupo