21 de febrero de 2020

Las metáforas del tiempo




En mi cabeza, me gusta llamar a Sesma, mi poeta. Su poesía me acompaña casi a diario; sin embargo, hoy no consigo recordar si se trata de “lo que hace la primavera con los cerezos”, o viceversa.

Fue en este viaje, en el altiplano boliviano, cuando comprendí eso que había escuchado alguna vez, posiblemente de un profesor. Creo que fue en mi paso por la Escuela de Letras, pero no lo sé. Algo así como que la distancia nos hace ver azules a las montañas. Sin duda incluía las palabras distancia, azules y montaña. Qué razón tenía. A medida que avanzábamos en el coche, los azules se pronunciaban cada vez más. De tenues a classic blue.

No tengo dudas que, del otro lado de la laguna, cualquiera que fuese de la decena que vimos (imposible decir “conocimos”) en menos de una semana, había una tormenta. Sin embargo, el silencio. La calma. La pausa. Los flamencos rosados suspendidos sobre la plenitud, dichosos. La vida en medio del vacío.

Los rosados, la arena, las líneas que se desdibujan. Los blancos que parecen amarillos y marrones. El indudable frío. ¿Esta realidad existe para todos? ¿Acaso existe para alguien más? ¿La viví o se ha transformado en la edición de un recuerdo?

“Quiero hacer contigo lo que hacen los cerezos con la primavera”. Me acordé. Pero, si este instante me recuerda a algo, es al invierno. Un invierno duro y arduo. No es nieve derretida ni se siente la lluvia (mentiría). La temperatura tampoco está por debajo del cero (ni cerca). No hay árboles, ni mucho menos cerezos.


Mi madre espera un par de pasos a mi espalda.
No estoy ahora allí, pero lo recuerdo.


Ese día creí que mi laguna favorita había sido aquella en las faldas del volcán Pabellón. Un año después, es la serie de esta otra la que me sigue atrayendo, cuál relámpago. ¿Es así el amor? A veces lo he tenido al frente sin saberlo, lo he dejado pasar sin reconocerlo.




Cuando fui novia de Pabellón, conocí a JP. O sea, a mi Laguna. Creo que fueron los colores del atardecer de Pabellón los que me cegaron para no ver sus estrellas, porque esa noche, no brillaron. Pero los momentos con JP se parecían tanto a estos… los colores, las texturas, los gritos de la lluvia, pero a su vez, la calma y la plenitud. No fue, sino hasta después que la diáspora se lo llevó, que pude reconocer que esos instantes eran (¿son?) amor.


En este viaje pensé mucho en él.
En lo cerca que estaba en ese momento de Argentina,
y nosotros
(¿nosotros? Qué pronombre tan complicado).


La paz de los blancos rememora a la nieve cuando se derrite. Pero no es. Los flamencos apacibles en un azul que no es otro, sino el cielo. La lejanía de los azules de la distancia y las montañas (¿o volcanes?). La tormenta que no se siente, pero existe. Que no vi, pero estaba. Las metáforas.


Si es por culpar a alguien de las metáforas,
por favor,
díganle a mi terapeuta que ya removió suficiente


En una de las muchas reuniones de los martes con Lucas García le conté que «el amor de mi vida» me había regalado su novela. (¿Acaso eso eres para mí? O, ¿eso fuiste?). Me puse roja cuando añadí que me escribiste la dedicatoria más bonita que jamás se ha escrito en un libro. No podría decir quién de los dos se sintió más incómodo después de mis cinco segundos de estúpida valentía. Tal vez Claudia, que entró justo después.

La más fiera de las bestias: «Tercera parte: Revelación». Página 145. Una fotografía hecha el 28 de diciembre de 2018 –un año después–, removió sentimientos de 2017. Antes escribía, todos los días. Escribía para mí. Ahora escribo, regularmente, para alguien más. A veces ni firmo mis propios textos. La mayoría de las veces ni firmo mis propios textos. Hoy vuelvo a escribir, después de seis meses, para mí. Para una fotografía. Para una clase. Para un profesor que vino desde otro país que me conmueve con su generosidad.

«Supongo que a esto saben los amores imposibles, a nostalgia de cosas que no ocurrieron». JP tenía razón. Ahora te digo, mi amor, que lo único seguro de esta vida es que la primavera le gana al invierno, y que siempre –recuerda esto–, llegará el verano.

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