22 de octubre de 2017

Ensayo: El exilio en tiempos de Peste

“Nada en el mundo merece que se aparte uno de los que ama. Y sin embargo, yo también me aparto sin saber por qué” (Rambert, cap. 4).
La Peste, Albert Camus.


Estamos acostumbrados a entender el exilio como una pena que obliga a un individuo a salir de un territorio, sin embargo, los ciudadanos de Orán experimentan el exilio como una pena que les cuarta la libertad de salir de su ciudad y los aísla del exterior.


Desde el primer instante en el que cierran la localidad, los ciudadanos se ven exiliados del mundo, presos en las fronteras de Orán, en algunos casos apartados de sus seres amados. Se sienten abandonados a su suerte, condenados a una pena de muerte en una ciudad apestada.

En cambio, algunos pocos afortunados se encuentran del otro lado del exilio, ganando de antemano la primera apuesta contra la muerte. Pero no por esto se sienten más aliviados que sus conciudadanos, igual que a ellos, también los invade el vacío que deja la ausencia de los seres amados.

¿Qué significa realmente el exilio cuando no puedes volver a ver a los que amas? ¿Cuando te ves cruelmente separado? Los oraneses no solo fueron privados de la compañía de aquellos que se encontraban fuera de la ciudad, sino además, también fueron privados de escuchar su voz, de sentir su calor a través de las palabras. Cuando no sabes si volverás a ver a alguien en algún momento de tu vida, la existencia pareciera perder sentido, y en ese momento el exilio se torna insoportable.

Pero en situaciones de vida o muerte, el amor suele tomar caminos desesperados. Resulta igual de comprensible la resignación de la separación que el rencuentro del viejo Castel y su mujer: Una vez adviertes que vivir separado de la persona que amas sería igual a morir infectado por la peste, ¿cómo no arriesgar la vida para reencontrarse? Esta decisión es tan o más comprensible que concretar un matrimonio con la muerte acechando.

Del mismo modo, resignarse a la separación es también una decisión complicada. Ciertamente, para los que se encuentran fuera significa aferrarse a la probabilidad de vivir aun cuando desconozcan si volverán a ver a aquellos que aman, a aquellos que han quedado atrás. Pero los que permanecen en Orán lo hacen como prisioneros, llenos de coraje terminan por aceptar la separación como una madre que se aparta de su hijo para ofrecerle un futuro mejor. La angustia y el desaliento no perdona a ningún alma, invade a todos por igual.


¿Y qué sería entonces el exilio en Orán para un visitante sorprendido por la peste? ¿Es Rambert más exiliado que los oraneses? Para un extranjero, encontrarse prisionero en una ciudad que le es ajena, rodeado de caras desconocidas y un pasado no compartido hace que la separación luzca todavía más injusta. ¿Se puede ser realmente extranjero al encontrarse unido al resto por la epidemia?

Rambert intensifica el sentimiento de separación, se siente abandonado por la vida y echa de menos todos los detalles de su cotidianidad. Simplemente, se encuentra invadido por la sensación de desencaje. Sin embargo, no es más foráneo que el resto de sus conciudadanos ya que ahora comparten el mismo dolor que acompaña al exilio y la ausencia: Este se convierte en su único sentido de pertenencia a una tierra anónima para él. Esta sensación termina por ofrecerle la determinación necesaria para unirse a los grupos sanitarios y combatir la enfermedad, y finalmente, contra todo pronóstico, quedarse en Orán. Es así, que sin saber exactamente por qué, Rambert eligió luchar a pesar del riesgo latente de no volver a París nunca más.


Por su parte, cada uno de los sujetos que se ven obligados a cumplir cuarentena luego de que un familiar fuese infectado por la enfermedad, también sufren un exilio propio individual. Durante cuarenta días no solo se encuentran aislados del resto del país, sino que también se encuentran aislados de sus conciudadanos. Durante cuarenta días deben convivir consigo mismos a sabiendas que afuera sigue muriendo la gente, a sabiendas que alguien a quien aman está muriendo, o probablemente, ya ha muerto. Deben enfrentarse a la soledad y a la angustia de no saber si al cumplirse el plazo volverán a ver al resto de los miembros de su familia, o si por el contrario, alguno habrá también contraído la enfermedad.

Con la infección de Jacques, el señor y la señora Othon se enfrentan al exilio individual: la cuarentena. Se enfrentan al dolor de la pérdida de un hijo, a la ansiedad de no saber si al salir su pareja habrá sido infectada o no; y al mismo tiempo, a la esperanza de que su hijo no haya sufrido, a la esperanza de rencontrarse, a la esperanza de combatir la peste. La desesperación y el desconcierto ante la vida se intensifican.


El exilio indefinido, por lo tanto, no solo afecta a los oraneses como conciudadanos y a su condición individual, sino que también ataca la moral. En tiempos de peste, como en tiempos de guerra, es comprensible y hasta natural el ensanchamiento de la moral. Las normas se convierten en un sinsentido, en la lucha por aferrarse a la vida se encuentra el deseo de intensificar cada momento y vivir cada día como si fuese el último, pues ciertamente podría serlo. El individuo termina por separarse de la ética, de la moral, por perder el pudor y dejar las hormonas a flor de piel; por lo tanto el hombre se aleja inevitablemente de la humanidad tal y como la conocía antes del exilio.


No obstante, también esconde la esperanza. Las mentes sueñan e imaginan un rencuentro, apuestan la duración de la epidemia, se aferran a la idea de no ser infectados, de ser un sobreviviente, de volverse a ver. A medida que avanza la enfermedad en Orán, poco a poco los conciudadanos se unen para luchar contra ella, para escapar lo más pronto posible del abandono impuesto. A pesar del dolor que acompaña el encarcelamiento, las mentes luchan y se aferran a la vida. El deseo de vivir se intensifica al percibir a la muerte tan cerca, acechante y sigilosa.

En tiempos de peste, la esperanza es lo último que se pierde; aunque parezca que el exilio solo puede anular el porvenir, las almas se aferran, los sueños luchan para existir y en ese momento los hombres se ven obligados a buscar su camino para combatir la enfermedad. Para seguir subsistiendo.



El exilio es, a fin de cuentas, la privación de la libertad, la separación de dos almas que se aman, la inhabilitación del porvenir. El exilio envuelve el dolor de la pérdida, la angustia, la desesperación, el desconcierto. Pero aún ante el exilio, la esperanza sigue vigente. 

17 de octubre de 2017

"Qué inoportuno fue decirte me tengo que largar, pero qué bien estoy ahora"

Las canciones más tristes de mi vida parecen más alegres si las escucho en la ducha, si las canto como si supiese cantar. Ya no he vuelto a llorar con tu recuerdo, ni siquiera te he vuelto a ver en sueños; me parece la cosa más extraña del mundo.

He entendido que no te extraño a ti, extraño todo lo que prometiste que podías darme, pero nunca me diste. He estado tanto tiempo enamorada de alguien que no existe, que haberme dado cuenta me ha regalado una tranquilidad indescriptible. Ojalá hubieses sido él, aunque no. 

Un amigo me dijo el día después de ese día que el desamor es una cosa terrible, porque nadie lo quiere, pero es necesario para aprender. Nadie enseña tan bien como el dolor. 

La otra noche al salir del teatro vi tu carro junto al mío en el estacionamiento, pero no estabas conmigo. Estabas en ese lugar que tanto me gustaba, a la hora que siempre quería ir, sin mí cuando a mí me inventabas excusas sobre por qué no. 

Quisiera pedirte que vuelvas, quisiera llorar tu ausencia, emborracharme y llamarte a las tantas de la madrugada porque estoy sola y triste y te necesito porque esta noche sería nuestro aniversario si nuestra historia no hubiese acabado. Quisiera ser esa niña enamorada que piensa que se va a morir, pero no se muere. Quisiera tanto ser ella. 

La verdad es que no lo soy.  

No sé de donde saqué el impulso para irme, pero me fui. Te quise, espero siempre lo recuerdes; pero ya no. 

Y ahora, una canción.

9 de octubre de 2017

Sadness

"nightswimming deserves a quiet night." anto and the stars by Fabio Leone.No me gusta estar triste. La tristeza, a veces, se convierte en el lugar oscuro que te consume la luz hasta que solo quedan sombras y oscuridad, y yo le tengo miedo a la oscuridad.

A veces, si tenemos mucho tiempo tristes, nos vemos como las personas tristes que somos -en las que nos convertimos-. Dejamos de disfrutar, las palabras se nos deshacen en la boca temerosas de salir, y la sonrisa se nos transforma en una mueca. 

Entonces uno solo se aferra a que al día siguiente serás feliz y el agua habrá traído la luz. Te despiertas por la mañana, te bañas, te arreglas bonita e intentas sonreír: pero así no funciona. 

Bajo el vestido y el labial, persisten las sombras -en tu interior-.