“Nada en el mundo merece que se aparte uno de los que
ama. Y sin embargo, yo también me aparto sin saber por qué” (Rambert, cap. 4).
La Peste, Albert Camus.
Estamos acostumbrados a entender el exilio como una pena que obliga a un individuo a salir de un
territorio, sin embargo, los ciudadanos de Orán experimentan el exilio como una
pena que les cuarta la libertad de salir de su ciudad y los aísla del exterior.
Desde el primer instante en el que cierran la localidad, los
ciudadanos se ven exiliados del mundo, presos en las fronteras de Orán, en
algunos casos apartados de sus seres amados. Se sienten abandonados a su
suerte, condenados a una pena de muerte en una ciudad apestada.
En cambio, algunos pocos afortunados se encuentran del otro
lado del exilio, ganando de antemano la primera apuesta contra la muerte. Pero
no por esto se sienten más aliviados que sus conciudadanos, igual que a ellos,
también los invade el vacío que deja la ausencia de los seres amados.
¿Qué significa realmente el exilio cuando no puedes volver a
ver a los que amas? ¿Cuando te ves cruelmente separado? Los oraneses no solo fueron
privados de la compañía de aquellos que se encontraban fuera de la ciudad, sino
además, también fueron privados de escuchar su voz, de sentir su calor a través
de las palabras. Cuando no sabes si volverás a ver a alguien en algún momento
de tu vida, la existencia pareciera perder sentido, y en ese momento el exilio se
torna insoportable.
Pero en situaciones de vida o muerte, el amor suele tomar
caminos desesperados. Resulta igual de comprensible la resignación de la
separación que el rencuentro del viejo Castel y su mujer: Una vez adviertes que
vivir separado de la persona que amas sería igual a morir infectado por la
peste, ¿cómo no arriesgar la vida para reencontrarse? Esta decisión es tan o
más comprensible que concretar un matrimonio con la muerte acechando.
Del mismo modo, resignarse a la separación es también una
decisión complicada. Ciertamente, para los que se encuentran fuera significa
aferrarse a la probabilidad de vivir aun cuando desconozcan si volverán a ver a
aquellos que aman, a aquellos que han quedado atrás. Pero los que permanecen en
Orán lo hacen como prisioneros, llenos de coraje terminan por aceptar la
separación como una madre que se aparta de su hijo para ofrecerle un futuro
mejor. La angustia y el desaliento no perdona a ningún alma, invade a todos por
igual.
¿Y qué sería entonces el exilio en Orán para un visitante
sorprendido por la peste? ¿Es Rambert más
exiliado que los oraneses? Para un extranjero, encontrarse prisionero en una
ciudad que le es ajena, rodeado de caras desconocidas y un pasado no compartido
hace que la separación luzca todavía más injusta. ¿Se puede ser realmente
extranjero al encontrarse unido al resto por la epidemia?
Rambert intensifica el sentimiento de separación, se siente
abandonado por la vida y echa de
menos todos los detalles de su cotidianidad. Simplemente, se encuentra invadido
por la sensación de desencaje. Sin embargo, no es más foráneo que el resto de
sus conciudadanos ya que ahora comparten el mismo dolor que acompaña al exilio
y la ausencia: Este se convierte en su único sentido de pertenencia a una
tierra anónima para él. Esta sensación termina por ofrecerle la determinación necesaria
para unirse a los grupos sanitarios y combatir la enfermedad, y finalmente,
contra todo pronóstico, quedarse en Orán. Es así, que sin saber exactamente por qué, Rambert eligió
luchar a pesar del riesgo latente de no volver a París nunca más.
Por su parte, cada uno de los sujetos que se ven obligados a
cumplir cuarentena luego de que un familiar fuese infectado por la enfermedad,
también sufren un exilio propio individual. Durante cuarenta días no solo se
encuentran aislados del resto del país, sino que también se encuentran aislados
de sus conciudadanos. Durante cuarenta días deben convivir consigo mismos a
sabiendas que afuera sigue muriendo la gente, a sabiendas que alguien a quien
aman está muriendo, o probablemente, ya ha muerto. Deben enfrentarse a la
soledad y a la angustia de no saber si al cumplirse el plazo volverán a ver al
resto de los miembros de su familia, o si por el contrario, alguno habrá
también contraído la enfermedad.
Con la infección de Jacques, el señor y la señora Othon se
enfrentan al exilio individual: la cuarentena. Se enfrentan al dolor de la
pérdida de un hijo, a la ansiedad de no saber si al salir su pareja habrá sido
infectada o no; y al mismo tiempo, a la esperanza de que su hijo no haya
sufrido, a la esperanza de rencontrarse, a la esperanza de combatir la peste.
La desesperación y el desconcierto ante la vida se intensifican.
El exilio indefinido, por lo tanto, no solo afecta a los
oraneses como conciudadanos y a su condición individual, sino que también ataca
la moral. En tiempos de peste, como en tiempos de guerra, es comprensible y
hasta natural el ensanchamiento de la moral. Las normas se convierten en un
sinsentido, en la lucha por aferrarse a la vida se encuentra el deseo de
intensificar cada momento y vivir cada día como si fuese el último, pues
ciertamente podría serlo. El individuo termina por separarse de la ética, de la
moral, por perder el pudor y dejar las hormonas a flor de piel; por lo tanto el
hombre se aleja inevitablemente de la humanidad tal y como la conocía antes del
exilio.
No obstante, también esconde la esperanza. Las mentes sueñan
e imaginan un rencuentro, apuestan la duración de la epidemia, se aferran a la
idea de no ser infectados, de ser un sobreviviente, de volverse a ver. A medida
que avanza la enfermedad en Orán, poco a poco los conciudadanos se unen para
luchar contra ella, para escapar lo
más pronto posible del abandono impuesto. A pesar del dolor que acompaña el
encarcelamiento, las mentes luchan y se aferran a la vida. El deseo de vivir se
intensifica al percibir a la muerte tan cerca, acechante y sigilosa.
En tiempos de peste, la esperanza es lo último que se
pierde; aunque parezca que el exilio solo puede anular el porvenir, las almas
se aferran, los sueños luchan para existir y en ese momento los hombres se ven
obligados a buscar su camino para combatir la enfermedad. Para seguir
subsistiendo.
El exilio es, a fin de cuentas, la privación de la libertad,
la separación de dos almas que se aman, la inhabilitación del porvenir. El
exilio envuelve el dolor de la pérdida, la angustia, la desesperación, el
desconcierto. Pero aún ante el exilio, la esperanza sigue vigente.