En cualquier momento mi corazón dejará de latir. Estoy
conectado a esta máquina que lleva el aire hasta mis pulmones, y sin ella no estaría a punto de contarles
esta historia.
Los médicos lo han dicho, sólo es cuestión de horas. Espero
que Gabriela me comprenda, tan solo esta vez, y la busque. Quiero verla antes
de partir. Ni siquiera sé si todavía vive en este maldito país. Ella es la única por la que todavía
maldigo.
Todo empezó un veintinueve de agosto. Fue la primera vez que
aceptó salir conmigo. Nunca había salido con una niña tan bonita. Una niña,
digo, siempre ha sido mi niña y siempre ha sido tan mayor…
Aquella primera cita la llevé al cine. Una vez me contó que
sólo le gustaba el cine independiente, así que la llevé a ver una película
francesa. La llevé, digo, porque no pude ver la película. Estaba tan nervioso
porque estaba con ella que no podía concentrarme en más nada.
Al salir de la función me confesó que le gustaba. Como si
fuese necesario aclararlo, nunca hubiese salido con alguien como yo si no le
hubiese gustado al menos un poquito. La agarré de la mano. Esa noche no nos
dimos ni un besito.
El catorce de septiembre fuimos a cenar. Le había llevado un
ramo de flores amarillas a su trabajo en la mañana, y se había puesto roja como
un tomate. Una vez me contó que le gustaba mucho la comida japonesa, así que la
llevé a un restaurante japonés.
Al llegar a la entrada de su edificio, esa noche, después de
haber ido a cenar a aquél restaurante, nos besamos. Me sentí volar:
ella era la mujer más maravillosa que había conocido. Que he conocido. Yo era sólo un niño y su
simple presencia me hacía feliz.
El veintidós de septiembre le pedí que fuese mi novia. Fui a
su casa con películas extrañas, como ella. Llevé chocolates, muchos, porque no
sabía cuál era su favorito. Me arrodillé porque si no llegábamos al matrimonio,
al menos, le habría pedido que fuese mi novia como ella lo merecía, y le pedí
que fuese mi novia. Me dijo que sí.
Disculpen, la maquina me ha traído a la realidad. Les estoy
contando mi único verdadero amor, y la muerte está impaciente por llevarme con
ella. Yo creo que me ha matado el cigarro, y no las drogas ni el alcohol como
siempre decía mi mamá. Es una lástima que nunca nos hayamos entendido.
Pasé con esa mujer ocho maravillosos meses. Ocho meses
cargados de locura, de pasión, de amor, de amistad. Siempre fuimos dos niños
cuando estábamos juntos. Pero las noches de sexo fueron las mejores. Todavía lo
siguen siendo, al menos en mis recuerdos.
Después todo terminó muy deprisa. Fui yo quien la dejó. Nos
hacíamos daño sin saberlo, ella casi no comía, sólo lloraba. La dejé. No volví
a mirar atrás.
Me he quedado callado, la verdad es que les he mentido. Todo
empezó antes de ese día de agosto. Mucho antes. Todo comenzó tres años antes de
aquella noche de cine: Un día estábamos en el colegio, era la hora del receso y
yo estaba sentado junto a su hermana. Ella
se acercó y le pidió algo de dinero prestado. Su belleza me dejó sin habla
apenas la vi, sé que tartamudeé algunas palabras sin sentido. Ella dijo que era un niño tierno. Fue en
ese momento cuando caí en su hechizo.
Los tres años subsiguientes hice todo lo que pude para que
me notara. Fuimos amigos. La cuidé de algunos hijos de puta que la hicieron
llorar. Fui su hombro cuando inevitablemente algún cabrón le rompía el corazón.
Fui su mejor amigo, y ella la mía. Me
costó tanto salir de esa zona de amistad. Friendzone
le decían en aquél momento.
Seis arduos meses de incesable trabajo hasta que aceptó
salir conmigo aquella noche al cine. Las mujeres creen que haciéndose las duras
nos enamoran, y yo creo que esta mujer conmigo lo logró. Pero fue la única. Ella es la única.
Después de que terminamos tardamos cuatro meses en volver a
vernos. Fue ella quien me llamó, yo nunca hubiese podido volver para molestar
todo aquello que ella había logrado construir sin mí. La quería demasiado para
eso. Le dije que la amaba, pero no podía estar con ella. Se fue, recuerdo que
todavía tenía lágrimas en los ojos.
Dos meses después volví a verla. Le dije que la amaba, pero
no podía estar con ella. Ocho meses después la llamé. Nos vimos. Me dijo que ya
no sentía lo mismo. Fue entonces cuando comencé a salir con Gabriela, mi
esposa. A veces la veía a ella, una
vez le dije que quería dejar a Gabriela para estar de nuevo con ella. Me dijo
que aunque no estaba con nadie, no quería volver a esa relación tortuosa.
A pesar de que nos volvimos a ver esporádicamente, más nunca
intenté volver a estar con ella. Le envié la invitación a mi boda, pero no fue.
No sé si se casó. No sé si tuvo hijos. No sé dónde vive. No sé si volvió a ser tan feliz como lo fuimos nosotros. Pero no he dejado de pensar en ella ni un maldito día. Aun cuando
duermo con Gabriela, pienso en ella.
Me da vergüenza. Ella es la única por
la que todavía maldigo.
Quiero volver a verla, necesito volver a verla y
decirle de una maldita vez que nunca he dejado de amarla. Ella tiene el arte tatuado en la cara, y si volviésemos a nacer
podríamos construir con su arte un mundo donde quedarnos a vivir y morir
juntos. Ella es la única por la que
todavía maldigo.