¿Para mí?
El país más avanzado del mundo no será aquel que tenga mejores tecnologías, ni donde todo esté más globalizado. Tampoco puede ser donde se compre mejor, ni donde haya más acumulación de gente u oportunidades de trabajo. No. El país más avanzado del mundo debería ser aquél donde no exista el racismo, donde predomine la igualdad de géneros y condiciones, donde cada uno de nosotros sea tomado por igual.
El país más avanzado será ese donde nadie se ofenda por ser llamado con adjetivos que hoy en día podemos considerar denigrativos porque no lo serán, y nadie intente faltarle el respeto a otros con dichos términos, ni de ninguna otra forma, porque todos somos iguales.
Un país... No, un mundo.
Sí. Un mundo donde todos seamos iguales. Donde existan valores. Donde haya calidad de vida. Porque todos somos iguales, todos formamos parte de la misma especie, todos somos hommo sapiens. Entre todos hacemos un todo.
Un mundo donde no importe si eres negro, blanco, amarillo, cristiano, ateo, asiático, latino, gringo, europeo, sur africano, venezolano, coreano, australiano, homosexual, heterosexual, bisexual, travesti, judío, árabe, marroquí, chino, rico, pobre, clase media, artista, cocinero, ingeniero, ambientalista, gerente, empleado, discapacitado, súper dotado, analfabeta, bilingüe, mujer, hombre, niño, adolescente, adulto, anciano, ojos azules, ojos verdes, ojos café, pelo negro, pelirrojo, castaño, rubio, flaco, gordo, barrigón, calvo, frentón, alto, bajo, pie grande, pie pequeño, más común, menos común...... Lo que sea, ¿qué importa? ¿Qué más da el tipo de música que escuchas? ¿Qué importa si tienes un carro, una casa, o si vives en una habitación alquilada? ¿Debería importar si trabajas como camarero o en una gran empresa? ¿Si tu ropa interior es de una marca conocida y no de la conchinchina? ¿O mejor aun, tus camisas y pantalones? ¿Cómo te vistes? ¿Por qué al conocer a alguien te fijas en lo que tiene y no en lo que es?
Por qué esto, por qué aquello... ¿Por qué nos importa tanto el qué dirán y las apariencias? Está tan sobrevalorado, anteponemos lo que aparentamos a lo que somos.
Nos colmamos de preguntas, cuestionamos todo, desconfiamos hasta de nuestra sangre. ¿Qué estamos haciendo mal?
Estamos rodeados de seres humanos capaces de aparentar ser alguien para encajar en un grupo. De mitómanos que se engañan a ellos mismos para que el mundo se sienta bien con ellos, y no ellos con el mundo y su persona. De gente falta de personalidad. De fotocopias idénticas. De personas capaces de juzgar apariencias sin conocer qué se encuentra debajo de esa piel. De esa historia. Estamos llenos de vacío. De soledad. De nada.
Por lo tanto, para mí el país más avanzado del mundo será aquél donde se valore al Hommo Sapiens por su calidad de ser humano, y no por la cantidad de ceros azules de su cuenta bancaria. Es triste ir a lo que ustedes denominan primer mundo (y en ese "ustedes" me encuentro yo también) y sentir que todo gira en torno al consumismo, y que importa más cuál es tu tarjeta de crédito que regalar sonrisas a desconocidos. Que la felicidad se mide por la cantidad de cosas que puedas comprar en una semana (cuando no necesitas nada de ello), y no por las carcajadas que te regalan. Y que tú le regalas a los demás.
¿Mi deseo para año nuevo? No pediré algo tan absurdo e improbable como eliminar el racismo a nivel mundial. No. Tampoco le pediré algo a algún ser divino. No. Pero sí pediré algo igual de absurdo e improbable. Con la diferencia de que se lo pediré a cada uno de ustedes: recapaciten.
Recapacita.
Piensa por ti mismo. Analiza las cosas que lees y ves, lo que escuchas, lo que dicen, lo que dices y busca tu propio punto de vista. Piensa antes de hablar. Ten criterio propio. Analiza. Sé tú mismo, no una copia más del montón. Muéstrate ante el mundo tal y como eres. No actúes por ser aceptado, haz lo que tú quieras cuando quieras, las personas que realmente valen la pena son esas que te valorarán al mostrarte tal y como eres. No te dejes llevar por el qué dirán, y mucho menos valores a la gente por sus bienes materiales, sino por lo que pueden ofrecerte y enseñarte espiritualmente. Sé amable, preocúpate por el otro. No te preocupes por problemas sin solución, y tampoco por los que sí tienen. Cuando algo tenga solución (aunque suene trillado), en vez de preocuparte, ocúpate. Escucha a tu corazón. Sé valiente. Ama. Enamórate. Entrega el alma en un beso. Y llora. Hazlo con todas tus fuerzas. Sorpréndete. No pelees, no discutas. Resuelve las cosas hablando, como si fueras un ser humano y no como un animal. No ofendas a nadie y no te dejes ofender. Da siempre el todo por el todo, proponte metas y lucha por alcanzarlas. Haz estupideces. Lee, crea cosas, utiliza tu imaginación. ¡Vive! No tienes siete vidas, tienes solo una y es sumamente corta. Deja huella, haz que valga la pena.
Entre todos podemos hacer un mundo mejor, solo debemos querer. Luchar por esto, por nosotros, por los demás, por las generaciones pasadas y las futuras.
Creemos un primer mundo donde la vida, los derechos, los deberes y los valores de cada ser humano sea lo más importante. Si cada uno pone su granito de arena, es súper posible.
Ésta es mi lucha. Y la de los que están ahora sentados conmigo en esta mesa. Y la de él, y la de ella también.
¿Y tú? ¿Qué dices? ¿Te unes?
29 de diciembre de 2012
12 de noviembre de 2012
El problema de nuestra generación.
Ocurre que a menudo nos preguntamos ¿por qué? cuando en realidad la respuesta siempre está en nosotros. Y sí, mucho se ha hablado de que ‘el cambio empieza por uno’, pero ¿sabemos qué cambiar? Quizás, la comodidad, y no en sí la pereza, sea la madre de todos nuestros vicios. El problema de nuestra generación es que se echa a la cama antes de hacerse fama. Bien lo dijo Pedro Piedra en su canción Inteligencia dormida, y parece que cada día intentáramos confirmarlo. Los planes, los proyectos, las ideas… sobran. Sin embargo, hay sequía de acciones. Lo queremos todo fácil, todo a través de contactos, todo porque lo merecemos. ¿Lo merecemos? No sé, quizás al décimo F5 que hacemos por hora, deberíamos replanteárnoslo. El problema de nuestra generación es que cree que el dinero, la fama y el amor le va a llegar por e-mail.
Bueno, pero ¿qué podemos esperar de una generación que deja a sus parejas por mensajes de Facebook? Ah, la cobardía. Qué poco sexy nos luce a veces. Seguro es más cómodo luchar detrás de una computadora, amar en 140 caracteres y cambiar el mundo subiendo la fotografía de un perrito con un mensaje en Comic Sans. Las campañas de concienciación social, cultural, política, ambiental; sobran en las redes sociales. Un me gusta aquí, un me gusta allá y fin a tanta polémica. El interés interesado. Ése con el cual pretendemos que algo nos importa —momentáneamente— sólo para que otros vean que nos importa. El problema de nuestra generación es que confunde inteligencia y éxito con títulos universitarios. Ah, las apariencias.
Citar a muchos autores en un artículo, tampoco es sinónimo de inteligencia. No se confundan. O sí, como dijo Heidegger. Sin embargo, lo más triste de nuestro caso es que nos jactamos de modernos cuando aún hay hombres que se ponen incómodos al comprar tampones y mujeres incómodas al comprar condones. La ironía, a veces, ni siquiera se toma la molestia de esconderse. Tantos doctorados en el extranjero, pero seguimos fallando en lo fundamental: el qué dirán. El problema de nuestra generación es que todavía existen mujeres que aunque saben que su novio le es infiel, creen que es peor no tener novio. Pánico escénico a la soledad. Como si detestáramos nuestra compañía.
Y tanto la detestamos que idealizar también resulta una idea genial. Claro, si podemos denunciar injusticias con favs, por qué no enamorarnos de personajes con miles de seguidores en Twitter, acostarnos con ellos y de pronto, levantarnos con personas. Ah, la realidad. Qué triste luce todo cuando nos quedamos sin Internet, y entonces, nos encontramos con la vida. El problema de nuestra generación es que se enamora de la idea de estar con una persona y no de la persona. Nos falta aterrizar. Nos falta acabar con ese espíritu hippie renacido que hace quedar mal a la Teoría de la Evolución. Pobre Darwin. Paz en su tumba.
El problema de nuestra generación es que es ésta, y no otra. Cualquiera. Tal como pensaban los de la generación anterior.
Bueno, pero ¿qué podemos esperar de una generación que deja a sus parejas por mensajes de Facebook? Ah, la cobardía. Qué poco sexy nos luce a veces. Seguro es más cómodo luchar detrás de una computadora, amar en 140 caracteres y cambiar el mundo subiendo la fotografía de un perrito con un mensaje en Comic Sans. Las campañas de concienciación social, cultural, política, ambiental; sobran en las redes sociales. Un me gusta aquí, un me gusta allá y fin a tanta polémica. El interés interesado. Ése con el cual pretendemos que algo nos importa —momentáneamente— sólo para que otros vean que nos importa. El problema de nuestra generación es que confunde inteligencia y éxito con títulos universitarios. Ah, las apariencias.
Citar a muchos autores en un artículo, tampoco es sinónimo de inteligencia. No se confundan. O sí, como dijo Heidegger. Sin embargo, lo más triste de nuestro caso es que nos jactamos de modernos cuando aún hay hombres que se ponen incómodos al comprar tampones y mujeres incómodas al comprar condones. La ironía, a veces, ni siquiera se toma la molestia de esconderse. Tantos doctorados en el extranjero, pero seguimos fallando en lo fundamental: el qué dirán. El problema de nuestra generación es que todavía existen mujeres que aunque saben que su novio le es infiel, creen que es peor no tener novio. Pánico escénico a la soledad. Como si detestáramos nuestra compañía.
Y tanto la detestamos que idealizar también resulta una idea genial. Claro, si podemos denunciar injusticias con favs, por qué no enamorarnos de personajes con miles de seguidores en Twitter, acostarnos con ellos y de pronto, levantarnos con personas. Ah, la realidad. Qué triste luce todo cuando nos quedamos sin Internet, y entonces, nos encontramos con la vida. El problema de nuestra generación es que se enamora de la idea de estar con una persona y no de la persona. Nos falta aterrizar. Nos falta acabar con ese espíritu hippie renacido que hace quedar mal a la Teoría de la Evolución. Pobre Darwin. Paz en su tumba.
El problema de nuestra generación es que es ésta, y no otra. Cualquiera. Tal como pensaban los de la generación anterior.
Por Alejandra Coral Mantilla, originalmente publicado en La República - Ecuador.
4 de noviembre de 2012
Café.
Aún recuerdo
esa tarde, sentados en el banco cerca de mi casa hablando de trivialidades de
poca importancia que nos unirían a lo largo del tiempo. Fue hace poco más de
dos años... Y entre una cosa y otra empezamos a hablar de nuestros gustos y, me
preguntaste por mi color favorito, ¿te acuerdas?
Me quedé viéndote como aquél
que no quiere la cosa, meditando exactamente cuál era mi respuesta... En ese momento me di cuenta que yo todavía tampoco la sabía. Resultaba una
pregunta sumamente sencilla con una respuesta mucho más compleja.
Un cambio. Un cambio agradable. Entonces pasó. Tu mirada, llena de expectativa, mientras yo jugaba con tu pelo y algo me decía que mi color favorito iba a cambiar por el resto de nuestras vidas. Ahí estaba la respuesta, frente a mí, en esos ojos sinceros: el café, dije por fin. Y aunque te sorprendió mi respuesta, pues era un color poco común, nunca me has preguntado por qué, simplemente te limitaste a decir que el tuyo era el rojo. El rojo carmín. El rojo fuego. El rojo pasión. Como el que siempre llevabas en los labios. Y me regalaste una sonrisa envuelta en tu color, de esas que aun hoy me hacen perder la cabeza. Tan romántica como siempre, tan fresca, tan espontánea.
Un cambio. Un cambio agradable. Entonces pasó. Tu mirada, llena de expectativa, mientras yo jugaba con tu pelo y algo me decía que mi color favorito iba a cambiar por el resto de nuestras vidas. Ahí estaba la respuesta, frente a mí, en esos ojos sinceros: el café, dije por fin. Y aunque te sorprendió mi respuesta, pues era un color poco común, nunca me has preguntado por qué, simplemente te limitaste a decir que el tuyo era el rojo. El rojo carmín. El rojo fuego. El rojo pasión. Como el que siempre llevabas en los labios. Y me regalaste una sonrisa envuelta en tu color, de esas que aun hoy me hacen perder la cabeza. Tan romántica como siempre, tan fresca, tan espontánea.
Nunca sabré por
qué tardé tanto en contestar, cómo no lo supe desde antes. Ese tiene que ser mi
color favorito, es la única explicación para que cada día me despierte cinco
minutos antes de tú, solo para verlos despertar junto a mi pecho. Decirle hola
al nuevo día, y acercarse con una sonrisa.
El día que tu
mirada me falte, no sé qué podrá ser de mí.
18 de octubre de 2012
Te vas a enamorar.
Puedo parecer encantadora, todo me sorprende y eso te va a hacer
sentir ganas de compartir tu vida conmigo. Soy buena escuchando y nunca paro de
hablar, tengo un par de ojos que no vas a querer dejar de mirar. Soy frágil, y
a veces lloro, seguramente me vas a querer abrazar.
Te vas a enamorar.
Parezco feliz hasta cuando me enojo, fácilmente me sonrojo. Cuando estoy
nerviosa muerdo mi labio inferior, y también cuando no lo estoy. Soy tan libre
que me vas a querer atrapar, pero víctima de mi escapismo no me voy a quedar. No sé
amar.
Sabes, a veces siento que soy como un cristal, estoy rota y si
me tocas, te puedes cortar.
12 de octubre de 2012
8 de octubre de 2012
Venezuela perdió una batalla, más no la guerra.
Hace tres meses un hombre empezó una lucha por mi país. Una
pelea limpia, sin insultos ni faltas de respeto, una pelea para sacar un país
adelante. Mi país. Una tierra hermosa, llena de personas conformistas e
ignorantes, de ricos y pobres, de gente llena de odio y corrupción. Personas que
hipócritamente aseguran amar a su patria, pero no hacen nada para sacarla
adelante, para crecer como país y como ciudadanos del mundo.
Hace tres meses un hombre fue repartiendo esperanzas a los
venezolanos que desde hacía muchos años exigían un cambio. Fue casa por casa,
pueblo por pueblo ofreciéndonos esperanzas para un país mejor, un país de todos
y de cada uno de nosotros, un país unido y lleno de progresos. Un país que con
mucho esfuerzo y dedicación, entre todos iríamos sacando adelante. Con un
proyecto prometedor que se comprometía a atacar cada debilidad que poseemos
actualmente, para que Venezuela diera lo mejor de sí.
Muchos nos unimos a esa lucha, muchos jóvenes nos pintamos
la cara de esperanza y mano a mano nos esforzamos en poner nuestro granito de
arena. Confiamos en este hombre y contribuimos con pequeños detalles que para
nosotros marcarían la diferencia.
Al país completo se le ofrecieron dos alternativas, dos
frentes con dos hombres con visiones similares y completamente diferentes de
cómo gobernar un país como el nuestro. El primer hombre (nuestro presidente
actual y presidente del país desde hace catorce años) ofreció más promesas a
nuestro pueblo, las cuales se pueden sumar a la lista de promesas que aún,
catorce años después, no se han cumplido. Dio discursos llenos de odio e
insultos hacía aquellos que no estaban con él, y lamentablemente nos ofreció
más de lo mismo. El segundo hombre es aquél del que hablé al principio de la
historia, nos ofreció un camino, nos ofreció progreso, y nos ofreció un libro
de promesas y esperanzas que todos esperábamos no se quedaran solo en palabras.
Ayer fue el día decisivo. Ayer fueron las elecciones
presidenciales de Venezuela, en las que se decidiría el futuro presidente de la
República por los próximos seis años.
No me enfrascaré en puntos que se escapan de mis manos. No me
interesa ya si realmente hubo fraude o no, si hubo trampa, si invirtieron los
resultados, si hay votos desaparecidos, si nos engañaron, si se compraron los
votos…. Ya nada de eso importa. El pueblo habló y tomó una decisión.
El 54% de los venezolanos, eligieron al primer hombre,
eligieron democráticamente darle el poder al mismo ciudadano por seis años más,
lo cual se convierte en veinte largos años a la cabeza de un país. El otro 47%
eligió al segundo hombre, intentaron darle la oportunidad a un nuevo ciudadano
de dirigir a su pueblo.
Yo no voto. Soy menor de edad, pero tengo tres años
participando y colaborando con Voto Joven (un movimiento de jóvenes de todo el
país que cree que el voto es tu llave, y lucha para tener unas elecciones
transparentes), en todo lo que me ha sido posible. No voto, pero yo formo parte
de ese 47% que cree en el cambio. Yo formo parte de todos esos jóvenes que
reclama su derecho de conocer otro presidente para su país. Estoy sumamente agradecida
con todas esas personas que salieron a ejercer su derecho al voto para escoger
no solo su futuro, sino también el nuestro, el de esta nueva generación. Hoy me
pregunto, ¿qué clase de democracia es tener al mismo mandatario en el poder por
más de diez años? El mismo Simón Bolívar (a quien tanto nuestro presidente alaba)
lo dijo, no es sano. Los llamo a que reflexionen este punto.
Hoy los he escuchado quejarse de la otra mitad del país que
no piensa igual que tú. He escuchado a los chavistas faltarnos el respeto,
igual que han hecho los opositores. Esta mañana leí un comentario que me dejó
pensando, decía algo sobre que “a los majunches” los mueve el odio y que es por
ello que ahora tendríamos que tragarnos todas nuestras palabras. Por favor,
piensen lo que dicen antes de hablar, ¿a los antichavistas nos mueve el odio?
¿Han escuchado los discursos del presidente, llenos de insultos y odio hacía
casi la mitad del país, y a veces hacía sus seguidores mismos? ¿Me han visto
faltarle el respeto a algún chavista o al mismo Chávez? ¿Si? A mí y a la
mayoría de los opositores lo único que nos mueve es el cambio y el deseo de
tener una Venezuela mejor. El deseo de conocer otro gobierno para nuestro país
y nuestra memoria. Y si alguna vez he maldecido algo, ha sido la decisión que
tomaron anoche.
Yo sí voy a felicitar a todos los venezolanos que ayer
votaron por Chávez, porque por si no se dieron cuenta escogieron seguir
viviendo con apagones, inseguridad, falta de vías, falta de mantenimiento de
las calles y de aseo urbano, expropiaciones y falta de educación realmente
igualitaria. Ustedes votaron por esto, por seguir viviendo con miedo. Votaron
porque sus madres se trasnochen cada vez que ustedes salen. Votaron por el
hampa. Después lloran cuando se meten en sus casas y les roban sus
pertenencias, que muchas veces consiguieron con esfuerzo y sudor. Lloran cuando
el hampa les quita a algún ser querido, y salen con miedo de que los amenacen
con quitarle la vida por algo tan sobrevalorado como un celular, o peor aun,
que realmente les quiten la vida por ello. Pueden abstenerse de quejarse y
hasta de volver a llorar por la falta de competencia del gobierno.
Les doy las gracias a esos siete millones setecientos
treinta y un mil novecientos setenta y dos (7.731.972) venezolanos por hacer
que en nuestro país cada vez hayan más despedidas, y no solo por aquellos que
se van del país en busca de una mejor calidad de vida, sino además por todos aquellos
que el hampa se llevó a una supuesta mejor vida. Gracias por las lágrimas de
nuestras madres y por las nuestras mismas.
Yo seguiré luchando por un país mejor. Porque yo sí amo
Venezuela, y más allá de que apoye a Capriles o a cualquier otro, lo hago con
fundamentos. No creo que él sea un mesías, como se han referido a él varias
veces de manera despectiva, simplemente él es el primer hombre que después de
catorce años nos ofreció una verdadera alternativa con un buen plan de
gobierno. Espero que nadie haya votado por él solo por salir del presidente
actual, pues debemos aprender de nuestros errores pasados, y eso sería cometer el
mismo error que hicieron nuestros padres al elegir este gobierno solo para
salir de Caldera, sin analizar a fondo su propuesta. Yo apoyo a Capriles porque
después de 14 años nos dio esperanzas, algo que hacía mucho, casi todos los
opositores, habíamos perdido. Capriles me hizo imaginarme un país mejor, el
país por el que tengo tres años luchando y soñando, y por el que seguiré
luchando... Él no nos defraudó, y nosotros a él tampoco. El problema va mucho
más allá.
Perdimos una batalla, más no la guerra. Venezuela se
despertó triste, silenciosa, porque anoche el hampa volvió a matar. Mató las
esperanzas de seis millones trescientos veintisiete mil cuatrocientos
veintinueve (6.327.429) venezolanos. Nos pintamos la cara color esperanza, y
con lágrimas se me borró. Mataron las esperanzas que teníamos puestas en el
ayer, en el 7O, pero no mataron a Venezuela. Mañana será un nuevo día, llegó el
momento de que todos mejoremos como venezolanos y dejemos de faltarnos el
respeto por no tener la misma ideología política. Vamos Venezuela, en diciembre
nos espera otra batalla que es igual de importante (y ahora aun más) de lo que
fue esta. Agarren sus gorras tricolor y sigamos adelante. Ya nos enseñaron que
hay un camino, que sí existe y sigue ahí, es nuestro turno de recorrerlo.
27 de septiembre de 2012
El dolor de un ser amado fallecido...
"El dolor de un ser amado fallecido"... Creo que ese vacío que te dejan tus seres queridos al irse de la Tierra, al terminar su vida, es infinito. El hecho de que te abandonen, de saber que ya nunca los podrás volver a ver, a sentir, es infinito. A mi edad aun no conozco un dolor comparable a ese, porque no es de esos dolores que con el tiempo van cicatrizando hasta que dejan a doler, no. Son una herida que cada cierto, después de hacerte creer que ya ha cicatrizado por completo, un día cualquier vuelve a sangrar sin previo aviso. Sin previa cita,
Para mí aun es indescriptible el intentar acostumbrarme a la idea de saber que no te volveré a ver.
Te extraño.
Para mí aun es indescriptible el intentar acostumbrarme a la idea de saber que no te volveré a ver.
Te extraño.
24 de septiembre de 2012
Si caigo, cae junto a mí.
Solo te pido algo: si caigo, cae junto a mí. No me dejes
sola en esto. Si no quieres caer, solo dilo y sujétame fuerte para que yo no
caiga en vano, para que yo no sufra otra vez. Me prometiste que serías el único
que no me haría daño, y para mí, esa promesa sigue en pie…
espero que no la hayas olvidado.
No, tú no olvidas esa clase de cosas.
17 de septiembre de 2012
Te amo, pero...
Te amo.
Te amo tanto que me da miedo decírtelo y que te
espantes ante la idea de ser amado… y huyas. Te amo tanto que prefiero
fingir que todo está bien, que me gustas pero poco, que no pasa nada. Te
amo tanto que me da miedo darme cuenta de que tú no a mí y entonces ver
que amo a quien nunca me amará.
Te amo en silencio, en tu cama sin que
lo sepas, en tus besos sin que lo notes, en la distancia sin que lo
sientas, por las noches sin que lo sueñes, en ti sin mí.
Hoy te digo que
te amo y que no quiero escuchar tu respuesta porque ya sé cual es. Hoy
te digo que te amo y me marcho, para no verte partir.
6 de septiembre de 2012
No sabe qué es el amor, pero al menos sí sabe lo que no es.
“Si estás, y escoges quedarte, recuerda entonces las
cosas que no sabes, sujétalas bien, no las dejes escapar, llegará el día en que
puedas saberlas.
Si estás, y sabes cómo amar, recuerda entonces las
cosas que das, mantenlas del otro lado, no las hagas regresar, llegará el día
en que puedas volver a tenerlas.
Si estás, y piensas marcharte, recuerda entonces las
cosas que quieres, mantenlas vivas, no las dejes callar, llegará el día en que
las merezcas.”
Se detiene. Un
velo ligero y húmedo le cubre repentinamente los ojos. ¿Qué ocurre? ¿Por qué
esas palabras penetran y hacen tanto daño? ¿De veras no lo sé?, piensa mirando
fijamente aquellas letras que le destrozan el alma, como si se tratase de un
antiguo oráculo que acabase de darle las respuestas que tanto había buscado. El
amor se haya en aquellas pocas líneas, el amor, tal y como ella lo quiere y
como ya no lo tiene. O quizá nunca lo tuvo de ese modo. Porque el amor no es, y
no puede ser simplemente afecto. No se trata de costumbre o amabilidad. El amor
es locura, es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche
en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirar a
los ojos a esa persona, para mirarse. El amor es ese grito que ahoga la llama y
le hace comprender que es hora de cambiar.
Él. Recuerdos.
Millones de recuerdos con él, las cosas que le dice, su rostro, su mirada sincera.
Pero no sabemos hablar, no hay comunicación, no estamos hechos el uno para el
otro. Una lágrima desciende por su mejilla y cae sobre su pierna desnuda.
Probablemente esa
chica, sentada sobre su cama, iluminada solo por la luz de la pantalla no sepa
todavía qué es el amor. Pero al menos sí sabe lo que no es. Y así continúa
leyendo.
“Y caen las hojas, y parecen soles, y cae la nieve de
espuma sobre el mar. Y dos están tan juntos que parecen un final.”
Ese final que le
falta y siempre le ha faltado. Ese final que ha buscado como respuesta que no
tenía siquiera valor para plantearse ni a sí misma. Ese final que está
llegando, y pasa ante sus ojos como los créditos del final de la película. Del
mismo modo. Llegó el momento de aceptarlo, de tomar coraje y decirle que sí, ha
sido bonito, y aunque los actores salgan de escena, el escenario de la vida
sigue abierto y listo para nuevos espectáculos, simplemente te deseo lo mejor,
no sabes cuanto lo siento. Porque a la hora de decir adiós a algo que te marcó,
a alguien que en un momento determinado fue tu mundo, no te queda de otra que
reconocer que fue bonito, pero los sentimientos cambian, desearle suerte a la
otra persona, esperar con todas tus fuerzas que te sepa dejar atrás, y lamentar
no poder hacer nada para evitar el dolor que aquellas palabras causarán.
Cuando el corazón
se decide, cuando encuentra el coraje para cambiar el camino, no se debe
esperar ni un segundo más.
3 de septiembre de 2012
Una rosa. Roja no. Blanca.
Buenos días mundo. Niki se despereza. ¿Me haces un regalo
hoy? Me gustaría levantarme de la cama y encontrarme una rosa. Roja no. Blanca.
Pura. Para escribir en ella como si fuese una página nueva. Una rosa dejada por
alguien que piensa en mí y que todavía no conozco. Lo sé, un contrasentido. Pero
me haría sonreír. La cogería y la llevaría al instituto. La dejaría apoyada en
el pupitre, sin más. Mis amigas se acercarían llenas de curiosidad.
Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la
mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un
rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de
aquella canción tan bonita: “Entre los obstáculos del corazón hay un principio
de alegría que me gustaría merecer…”, y después tiraría los pétalos por la
ventana. El viento se los llevaría. Podría ser que alguien los encontrase. Que volviese
a ponerlas en orden. Que leyese la frase. Y me viniese a buscar. Él quizá. Ya. Pero
¿quién es él?
Extracto de Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia.
7 de agosto de 2012
Sal con una chica que no lee, o con una que lee. Tú decides.
Sal con una chica que no lee, de Charles Warnke.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas a regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tiene significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe
de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los
agudos picos del clímax, los siente en la piel. Será paciente en caso de que
hayan pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo,
la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda
en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de
tristeza. No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar
historias...
No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami.
Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé
consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para
parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos. ¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y
cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su
pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas
durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los
protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre
lo son.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas. Sal con una chica que lee porque te lo mereces.
Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la
fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del
sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde
la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca
incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con
trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe
para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan
dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la
lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como
has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco
significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego
de hacerle el amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas a regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tiene significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor
que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es
mejor que una vida en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un
vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un
vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una
alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso y extraño para ti. Una chica
que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y
desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada
por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que
hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La
literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos
esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde,
que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha
leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares -la
vacilación en la respiración- que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la
diferencia entre un episodio de rabia aislada y los hábitos a los que se aferra
alguien cuyo amargo cinismo continuará sin razón y sin propósito, después de
que ella haya empacado su maletas y pronunciado un inseguro adiós.
Tiene claro que en su vida no seré mas que nos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Tiene claro que en su vida no seré mas que nos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Kundera; tú en una
biblioteca, o parada en la estación de metro, tal vez sentada en la mesa de una
esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, la que me haría
la vida tan difícil...
La lectora se ha convertido en una espectadora más de su
vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia
es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son
coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me haces querer ser todo
lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como
corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al
comienzo de este escrito.
No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con una chica que lee, de Rosemary Urquico.
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su
cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien
sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y
hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es
consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras
va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si no lo hace. Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos. ¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en
medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta
casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas. Sal con una chica que lee porque te lo mereces.
Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
6 de agosto de 2012
Mi amigo Óscar.
Mi amigo Óscar es uno
de esos príncipes sin reino que corren por ahí esperando que los beses para
transformarles en sapo. Lo entiende todo al revés y por eso me gusta tanto. La
gente que piensa que lo entiende todo a derechas hace las cosas a izquierdas, y
eso, viniendo de una zurda, lo dice todo. Me mira y se cree que no lo veo.
Imagina que me evaporaré si me toca y que, si no lo hace, se va a evaporar él.
Me tiene en un pedestal tan alto que no sabe cómo subirse. Piensa que mis
labios son las puertas del paraíso, pero no sabe que están envenenados. Yo soy
tan cobarde que, por no perderle, no se lo digo. Finjo que no le veo y que sí, que me voy a
evaporar…
Mi amigo Óscar es uno
de esos príncipes que harán bien manteniéndose alejados de los cuentos y de las
princesas que los habitan. No sabe que es el príncipe azul quien tiene que
besar a la bella durmiente para que despierte de su sueño eterno, pero eso es
porque Óscar ignora que todos los cuentos son mentiras, aunque no todas las
mentiras son cuentos. Los príncipes no son azules y las durmientes aunque sean
bellas, nunca despiertan de su sueño. Es el mejor amigo que nunca he tenido y,
si algún día me tropiezo con Merlín, le daré las gracias por haberlo cruzado en
mi camino.
29 de julio de 2012
Gracias por ser el mejor amigo.
Traté de sonreír y
le tendí el paquete. Lo aceptó y lo dejó en su regazo. Me acerqué y me senté
junto a ella en silencio. Me tomó la mano y me la apretó con fuerza. Había
perdido peso. Se le podían leer las costillas bajo el camisón del hospital. Dos
círculos oscuros se dibujaban bajo sus ojos. Sus labios eran dos líneas finas y
resecas. Sus ojos color ceniza ya no brillaban. Con manos inseguras abrió el
paquete y extrajo el libro del interior. Lo hojeó y alzó la mirada, intrigada.
– Todas las páginas
están en blanco…
– De momento
–repliqué yo–. Tenemos una buena historia que contar, y lo mío son los
ladrillos.
Apretó el libro
contra su pecho
– ¿Cómo ves a
Germán?
– Bien –mentí–.
Cansado, pero bien.
– Y tú, ¿cómo estás?
– ¿Yo?
– No, yo. ¿Quién va
a ser?
– Yo estoy bien.
– Te he echado de
menos –dijo.
– Yo también.
Nuestras palabras
se quedaron suspendidas en el aire. Durante un largo instante nos miramos en
silencio. Vi como la fachada de Marina se iba desmoronando.
– Tienes derecho a
odiarme –dijo entonces.
– ¿Odiarte? ¿Por qué
iba a odiarte?
– Te mentí –dijo
Marina–. Cuando viniste a devolverme el reloj de Germán, ya sabía que estaba
enferma. Fui egoísta, quise tener un amigo… y creo que nos perdimos en el
camino.
Desvié la mirada a
la ventana.
– No, no te odio.
Me apretó la mano
de nuevo. Marina se incorporó y me abrazó.
– Gracias por ser el
mejor amigo que nunca he tenido –susurró a mi oído.
28 de julio de 2012
La estación del
funicular de Vallvidrera quedaba a unas pocas calles de la casa de Marina. Con
paso firme nos plantamos allí en menos de diez minutos y compramos un par de
billetes. Desde el andén, al pie de la montaña, la barriada de Vallvidrera
dibujaba un balcón sobre la ciudad. Las casas parecían colgadas de las nubes
con hilos invisibles. Nos sentamos al final del vagón y vimos Barcelona
desplegarse a nuestros pies mientras el funicular trepaba lentamente.
-Éste debe
ser un buen trabajo –dije-. Conductor de funiculares. El ascensorista del
cielo.
Marina me
miró, escéptica.
-¿Qué
tiene de malo lo que he dicho? –pregunte.
-Nada. Si
es todo lo que aspiras.
-No sé a
lo que aspiro. No todo el mundo tiene las cosas tan claras como tú. Marina Blau,
premio Nobel de Literatura y conservadora de la colección de camisones de la
familia Borbón.
Marina se
puso tan seria que lamenté al instante haber hecho ese comentario.
-El que no
sabe adónde va no llega a ninguna parte –dijo fríamente.
Le mostré
mi billete.
-Yo sé
adónde voy.
Desvió la
mirada. Ascendimos en silencio durante un par de minutos. La silueta de mi
colegio se alzaba a lo lejos.
-Arquitecto
–susurré.
-¿Qué?
-Quiero
ser arquitecto. Eso es lo que aspiro. Nunca se lo había dicho a nadie.
Por fin me
sonrió. El funicular estaba llegando a la cima de la montaña y traqueteaba como
una lavadora vieja.
-Siempre
he querido tener mi propia catedral –dijo Marina-. ¿Alguna sugerencia?
-Gótica.
Dame un tiempo y yo te la construiré.
El sol
golpeó su rostro y sus ojos brillaron, fijos en mí.
-¿Lo
prometes? –pregunto, ofreciendo su palma abierta.
Estreché
su mano con fuerza.
-Te lo
prometo.
8 de julio de 2012
2 de julio de 2012
Marina, C.R.Z.
Marina
me dijo una vez que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad
antes de que yo comprendiese aquellas palabras. Pero más vale que empiece por
el principio, que en este caso es el final.
En
mayo de 1980 desaparecí del mundo durante una semana. Por espacio de siete días
y siete noches, nadie supo de mi paradero. Amigos, compañeros, maestros y hasta
la policía se lanzaron a la búsqueda de aquel fugitivo al que algunos creían
muerto o perdido por las calles de mala reputación en un rapto de amnesia.
Una
semana más tarde, un policía paisano creyó reconocer a aquel muchacho; la
descripción encajaba. El sospechoso vagaba por la estación de Francia como un alma perdida en una catedral forjada de hierro y niebla. El agente se me
aproximó con aire de novela negra. Me preguntó si mi nombre era Óscar Drai y si
era yo el muchacho que había desaparecido sin dejar rastro del internado donde
estudiaba. Asentí sin despegar los labios. Recuerdo el reflejo de la bóveda de
la estación sobre el cristal de sus gafas.
Nos
sentamos en un banco del andén. El policía encendió un cigarrillo con
parsimonia. Lo dejó quemar sin llevárselo a los labios. Me dijo que había un
montón de gente esperando hacerme muchísimas preguntas para las que me convenía
tener buenas respuestas. Asentí de nuevo. Me miró a los ojos, estudiándome. “A
veces contar la verdad no es una buena idea, Óscar” me dijo. Me tendió unas
monedas y me pidió que llamase a mi tutor en el internado. Así lo hice. El policía
aguardó a que hubiese hecho la llamada. Luego me dio dinero para un taxi y me
deseó suerte. Le pregunté cómo sabía que no iba a volver a desaparecer. Me observó
largamente. “Sólo desaparece la gente que tiene algún sitio adonde ir” contestó
sin más. Me acompañó hasta la calle y allí se despidió, sin preguntarme dónde
había estado. Le vi alejarse por el Paseo Colón. El humo de su cigarrillo
intacto le seguía como un perro fiel.
Aquél
día el fantasma de Gaudí esculpía en el cielo de Barcelona nubes imposibles
sobre un azul que fundía la mirada. Tomé un taxi hasta el internado, donde
supuse que me esperaría el pelotón de fusilamiento.
Durante
cuatro semanas maestros y psicólogos escolares me martillearon para que
revelara mi secreto. Mentí y ofrecí a cada cual lo que podía oír o lo que podía
aceptar. Con el tiempo, todos se esforzaron con fingir que habían olvidado aquel
episodio. Yo seguí su ejemplo. Nunca le expliqué a nadie la verdad de lo que
había sucedido.
No
sabía entonces que el océano del tiempo tarde o temprano nos devuelve los
recuerdos que enterramos en él. Quince años más tarde, la memoria de aquel día
ha vuelto a mí. He visto a aquel muchacho vagando entre las brumas de la
estación de Francia y el nombre de Marina se ha encendido de nuevo como una
herida fresca.
Todos
tenemos un secreto encerrado bajo llave en el ático del alma. Éste es el mío.
20 de junio de 2012
media verdad o media mentira
“No puedo vivir sin ti”, “no puedo continuar sin ti”.
Son esa clase de afirmaciones que no sé si las debemos clasificar como medias mentiras, o medias verdades. Claro que puedes hacerlo, eres totalmente capaz, pero ¿quieres hacerlo? No.
He allí la diferencia, no es que no puedas, es que no quieras. Allí radica el problema, en que aun cuando puedes continuar sin esa persona, eres tan imbécil que no quieres hacerlo por el simple hecho que a su lado todo es más fácil, a su lado descubres que la felicidad no es una utopía, a su lado tu vida se hace más agradable, a su lado tus problemas desaparecen, a su lado tu día a día resulta más llevadero.
No quieres hacerlo, a tal punto, que te resulta casi imposible, y entonces ya no puedes.
¿Es cierto o no que no pueden vivir sin esa persona? Puede que simplemente su deseo es tan grande que llegan al punto de morir si no se cumple.
Son esa clase de afirmaciones que no sé si las debemos clasificar como medias mentiras, o medias verdades. Claro que puedes hacerlo, eres totalmente capaz, pero ¿quieres hacerlo? No.
He allí la diferencia, no es que no puedas, es que no quieras. Allí radica el problema, en que aun cuando puedes continuar sin esa persona, eres tan imbécil que no quieres hacerlo por el simple hecho que a su lado todo es más fácil, a su lado descubres que la felicidad no es una utopía, a su lado tu vida se hace más agradable, a su lado tus problemas desaparecen, a su lado tu día a día resulta más llevadero.
No quieres hacerlo, a tal punto, que te resulta casi imposible, y entonces ya no puedes.
¿Es cierto o no que no pueden vivir sin esa persona? Puede que simplemente su deseo es tan grande que llegan al punto de morir si no se cumple.
16 de junio de 2012
Estúpido tú, o estúpida yo.
Decidimos
separarnos para no hacernos más daño, y ahora nos juntamos para lastimarnos un
poco más, un poco menos... Sabía que me haría daño estar contigo una vez más,
pero soy débil y siempre caigo en tu juego. Estabas ahí parado, tan inocente,
como si realmente me necesitaras… y como siempre te creí y dejé que hicieras
conmigo lo que te diera la gana.
Estúpido,
estúpido y mil veces estúpido. ¿O estúpida yo? O quizás eres demasiado
inteligente y egoísta… Sí, es eso. Egoísta. Como siempre tú solo pensando en
ti, ¿y yo qué? Que cada vez que te veo haces y deshaces conmigo lo que mejor te
provoca, y me dejas a mí sola con más recuerdos que me torturan, o que me hacen
necesitarte, o necesitar lo que queda de lo que eras.
Soy
tan masoquista que prefiero pensarte un rato, que dejarte ir y olvidarte. Y es
que te conozco como a la palma de mi mano, así como tú me conoces a mí…. Marcaste
una etapa de mi vida, y esa etapa se llama “me
enamoré como una pendeja mientras él estaba enamorado de otra”.
Lo
irónico es que no duele, es que hace mucho que te pienso y sonrío de amargura.
Hace mucho que me acostumbré a no tenerte y hacerte mío, de que me tengas y no
sea tuya. Soy tan estúpida que prefiero eso, a no tener absolutamente nada de
ti.
¡Maldita
sea! ¡Te lo dije! Si te dejaba hacer lo que te diera la gana conmigo,
desenterrarías todos esos sentimientos que tanto me costó dejar atrás... y aquí
estoy de nuevo yo, llena de sentimientos por ti, y a ti te da igual otra vez.
Algún
día dejaré de ser tan estúpida y aprenderé a ser más fuerte, y ese día
llorarás. Ambos lo sabemos, yo también lloraré, es nuestro destino.
Algunos
me dicen que algún día terminaremos juntos, pero no va a pasar. Tú y yo no
nacimos para estar juntos, nacimos para amarnos de maneras distintas, sin
correspondernos, nacimos para nunca jamás ser en cuerpo y alma del otro al
mismo tiempo. Nacimos para esto, esta es nuestra historia.
Y me gusta, así nomás, porque me gustas tú. Lo que sea contigo, así sea nada, pero
que sea contigo.
10 de junio de 2012
Tú a tus 16.
Aquí estoy yo, haciendo mi mayor esfuerzo por no volverme a enamorar de ti.
Sigo enamorada del hombre que conocí hace dos años, no de ti, sino del hombre que conocí en aquel entonces... Sigo enamorada del hombre que más veces me ha inspirado a escribir. Sigo enamorada de la idea de lo que eras a tus 16; de tus sueños, tus metas y tus aspiraciones. Después creciste y dejaste de ser el hombre del que yo me enamoré. Pero yo sigo enamorada de él.
Pero hay un pequeño problema, que a lo mejor no es tan pequeño... y es que tú ya no eres ese hombre que eras a tus 16. Aunque hay otro problema, uno un poco más grande, esta nueva versión de ti no me agrada, no me gusta, no la quiero.
Eres tú, pero para mí ya no lo eres, y aun así te amo como el primer día. ¿O lo amo a él? Que en pocas palabras vienes siendo tú, en una versión más avanzada de tu vida.
¿Lo amo? Te amo.
Te amo, te amo, te amo, te amo. Te amo enormemente. Pero lo siento, no quiero estar contigo. No quiero estar con este nuevo tú, y aun así no me alejo de ti, no te puedo dejar ir.
Sigo enamorada del hombre que conocí hace dos años, no de ti, sino del hombre que conocí en aquel entonces... Sigo enamorada del hombre que más veces me ha inspirado a escribir. Sigo enamorada de la idea de lo que eras a tus 16; de tus sueños, tus metas y tus aspiraciones. Después creciste y dejaste de ser el hombre del que yo me enamoré. Pero yo sigo enamorada de él.
Pero hay un pequeño problema, que a lo mejor no es tan pequeño... y es que tú ya no eres ese hombre que eras a tus 16. Aunque hay otro problema, uno un poco más grande, esta nueva versión de ti no me agrada, no me gusta, no la quiero.
Eres tú, pero para mí ya no lo eres, y aun así te amo como el primer día. ¿O lo amo a él? Que en pocas palabras vienes siendo tú, en una versión más avanzada de tu vida.
¿Lo amo? Te amo.
Te amo, te amo, te amo, te amo. Te amo enormemente. Pero lo siento, no quiero estar contigo. No quiero estar con este nuevo tú, y aun así no me alejo de ti, no te puedo dejar ir.
9 de junio de 2012
The End.
"Dar lo mejor de mí por ti”, así
empezó todo. En un absurdo intento de no perderte, de darlo todo para no
perdernos, de dar lo mejor de mí para estar a tu lado para siempre. Y que ilusa fui, no contemplé que no bastaba con que
yo diese todo de mi parte si tú no lo hacías también. Debí pensarlo, pero no lo
hice, y ahora es muy tarde para hacerlo.
Pero así es la vida, de los
errores se aprende. No es que tú hayas sido un error, no es que nosotros
hayamos sido un error, ni mucho menos. Y en tal caso, eres esa clase de errores
que estaba dispuesta a volver a cometer, y cometer, y cometer. Y hablo en
pasado, porque ahora sé que no vale la pena el daño.
Y lo di todo, cumplí mi palabra,
todo lo que te dije era cierto. Relee las cartas, y dime ¿qué sientes al dejar
ir a la persona que estaba dispuesta a todo y mucho más por ti? Hice todo lo
que pude hacer para que esto funcionara, para salvarnos. Llegué a tomar riesgos que no correría por
nadie más, pero qué más da. Ya no importa, ya nada de eso importa. Qué importa
si te quise, si te quiero, si te he echado de menos o te he llorado en alguna
oportunidad. Ya eso no importa. Llegué a creer que yo era más importante para
ti que tu orgullo, como tú lo eres para mí, y ahora pienso que fui tan tonta al
creer eso… que nunca fue así.
¿Mi amor?, ¿mi vida?, ¿el amor de mi vida?
Palabras vacías, palabras llenas de nada, mentiras. Tan tonta soy que te creí
todas y cada una de tus palabras, de tus promesas y ahora es que me doy cuenta
que si eso hubiese sido cierto, nunca hubieras permitido que esto acabara así.
Hubieras luchado por nosotros, yo estaba dispuesta, lo intenté… pero si estoy
yo sola peleando contra el mundo, no funciona; y me di cuento de ello en la
mitad de la batalla, demasiado tarde. Me consuela que mis ganas no faltaron para
que esto funcionara.
Pero tranquilo, no puedo decir
que te odio puesto que no es así. Estoy decepcionada. Nunca creí que el final
pudiera llegar tan rápido, pero estoy tranquila, al menos yo hice todo lo que
podía hacer para solucionarlo, para salvarnos. Al menos no me quedé con la duda
de qué hubiese pasado si lo intentaba. Al menos no viviré lamentando lo que
pudo ser y no fue.
Sigue, vuela libre, nunca te
desearía ningún mal. Me dices que la vida nos volverá a encontrar y entonces
estaremos juntos, y me sabe a mentira. Vivimos una corta pero intensa historia
llena de momentos para recordar, me faltan motivos para seguir queriendo, me
sobran razones para empezar a olvidar.
1 de junio de 2012
Querer o deber.
Llega un momento en tu vida en el que debes elegir
entre lo que quieres y lo que debes hacer. Y probablemente lo que quieres
hacer, no sea lo correcto, lo más indicado… pero si realmente sientes que debes
hacerlo, tú, no lo que digan los demás al respecto, sino tú… entonces, hazlo.
Si esa es la única manera de salvar todo, de no perder a esa persona, vale la
pena. Si tan solo existe una posibilidad, por lo más mínima de que haciendo lo
que quieres se puedan salvar, entonces vale la pena intentarlo.
No te cuestiones, si sientes que debe ser así, hazlo.
Puede que los demás tengan razón y sea imprudente y no debas hacerlo, pero si
tú sientes que vale la pena entonces no lo dudes, ni lo pienses, solamente
arriésgate.
Hay riesgos que es mejor cometer, es preferible
arriesgarse y dejarlo todo en el intento que el tormento de qué hubiese pasado
si te hubieras arriesgado, y tal vez así se hubieran salvado.
11 de mayo de 2012
Sin título.
El punto está en encontrar a la persona que buscabas,
sin buscarla; esa que incluso cuando se equivoca, acierta. Esa que es todo lo
que pedías en cada una de sus mañas, que resulta incómoda de tan perfecta que
es. Esa que hace que ames sus defectos mucho más que sus virtudes. Es respuesta
sin pregunta, es pregunta sin respuesta que jamás terminas de entender. Es un
instante eterno que siempre dura poco, y ahora quieres que sea inmortal. Es la
sonrisa que te saca cuando te molestas con él, las lágrimas que produce cuando
no está. Es risas entre lágrimas, es un sueño sin estar. Es el príncipe, sin
ser azul y sin caballo. Es la necesidad de lo que hace falta y sin embargo
cuando no está te mata.
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