4 de noviembre de 2012

Café.

Aún recuerdo esa tarde, sentados en el banco cerca de mi casa hablando de trivialidades de poca importancia que nos unirían a lo largo del tiempo. Fue hace poco más de dos años... Y entre una cosa y otra empezamos a hablar de nuestros gustos y, me preguntaste por mi color favorito, ¿te acuerdas? 

Me quedé viéndote como aquél que no quiere la cosa, meditando exactamente cuál era mi respuesta... En ese momento me di cuenta que yo todavía tampoco la sabía. Resultaba una pregunta sumamente sencilla con una respuesta mucho más compleja. 

Un cambio. Un cambio agradable. Entonces pasó. Tu mirada, llena de expectativa, mientras yo jugaba con tu pelo y algo me decía que mi color favorito iba a cambiar por el resto de nuestras vidas. Ahí estaba la respuesta, frente a mí, en esos ojos sinceros: el café, dije por fin. Y aunque te sorprendió mi respuesta, pues era un color poco común, nunca me has preguntado por qué, simplemente te limitaste a decir que el tuyo era el rojo. El rojo carmín. El rojo fuego. El rojo pasión. Como el que siempre llevabas en los labios. Y me regalaste una sonrisa envuelta en tu color, de esas que aun hoy me hacen perder la cabeza. Tan romántica como siempre, tan fresca, tan espontánea.

Nunca sabré por qué tardé tanto en contestar, cómo no lo supe desde antes. Ese tiene que ser mi color favorito, es la única explicación para que cada día me despierte cinco minutos antes de tú, solo para verlos despertar junto a mi pecho. Decirle hola al nuevo día, y acercarse con una sonrisa.

El día que tu mirada me falte, no sé qué podrá ser de mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario