3 de septiembre de 2012

Una rosa. Roja no. Blanca.


Buenos días mundo. Niki se despereza. ¿Me haces un regalo hoy? Me gustaría levantarme de la cama y encontrarme una rosa. Roja no. Blanca. Pura. Para escribir en ella como si fuese una página nueva. Una rosa dejada por alguien que piensa en mí y que todavía no conozco. Lo sé, un contrasentido. Pero me haría sonreír. La cogería y la llevaría al instituto. La dejaría apoyada en el pupitre, sin más. Mis amigas se acercarían llenas de curiosidad.

Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de aquella canción tan bonita: “Entre los obstáculos del corazón hay un principio de alegría que me gustaría merecer…”, y después tiraría los pétalos por la ventana. El viento se los llevaría. Podría ser que alguien los encontrase. Que volviese a ponerlas en orden. Que leyese la frase. Y me viniese a buscar. Él quizá. Ya. Pero ¿quién es él?

Extracto de Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia.

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