Estaba loca, loca de remate. Y era guapa, guapa de cojones. Y conocía la luna, y bailaba rock and roll frente al espejo, y salía y bebía y no se acordaba de nada al día siguiente. Estaba rota, tanto como un trapo. Y era dura, dura de roer. Y odiaba a los poetas, y se ponía hasta el culo y lloraba y se corría y no se acordaba de nada al día siguiente.
Dormía poco y tenía las ojeras más preciosas que había engordado jamás. Era la princesa de mi cuento, la que follaba con extremoduro sonando de fondo y se metía de todo, menos mis drogas. Amaba, era capaz de amar por encima de cualquier boca despeinada, de cualquier trovador de mierda, de cualquier basura literaria que le escribía. Era jodidamente perfecta, y su único defecto era yo.
Sospecho que venía de otro mundo, por eso de que nadie había logrado entenderla nunca. Aunque siempre era la que más gritaba y era inmortal por eso de sus infinitas pecas, y me tenía calado y sabía cosas sobre mí que nadie sabrá jamás. Era la chica con la que desearías pasar el reto de tu vida, era la chica diez; y le faltaban un par de veranos, conmigo, digo. Y cada vez que me la encontraba por ahí me decía que no se acordaría de nada al día siguiente y, aun así quería vivir con su ombligo todos los días del resto de mi vida.
Ojalá lo hubiese escrito yo.
Loreto S.
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