Cuando abrí los ojos fuiste lo primero que vi, tan nerviosa, tan pendiente, tan cuidadosa de que todo en mi mundo estuviera bien. En mis primeros pasos eras tú la que corría detrás para detenerme en cuanto cayera. Eres esa a la que le daba pavor que yo sufriera. Tan alta como los sueños que me has enseñado a tener… a alcanzar. De tus alas es que yo aprendí a volar; mi fuerza, mi ejemplo, mi día a día llena de seguridad.
Recuerdo aquellas noches en las que me acurrucaba en tu cama para que me leyeras algún cuento de esos que me enseñaron el amor por los libros, hasta que finalmente el sueño se apoderaba de mí. La vez que dijiste que eras inmortal, el día en que descubrí que Santa Claus y el ratón Pérez se escondían detrás de tu sonrisa al verme abrir los regalos; las miles de veces en las que hemos llorado, reído, discutido, bailado, jugado a las escondidas, cantado y hasta escrito juntas.
Mis logros son tus logros, mis risas son tus risas, mis miedos son tu temor. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, mamá.
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