1 de noviembre de 2020

Carta abierta a mí misma













A veces duele, a veces todo huele a nostalgia y la vida es una página que nos resistimos a pasar. Hay momentos que son como ese libro que no quieres terminar de leer para que no acabe, para que no pase. He vuelto a gritarle a la nostalgia para que deje de doler, pero la muy puta se ha quedado.

Los días me saben a soledad. La otra mañana me he levantado de la cama luego de pasar la noche llorando y mi compañera de piso no me hablaba porque mis sollozos no la dejaron dormir. ¿Por qué tengo que disculparme por llorar? No estoy llorando por gusto. 

Alguien me dijo una vez que cuando se siente un dolor muy grande se puede abrir un pequeño agujero en el corazón. Casi imperceptible. Los médicos no le consiguen explicación. ¿Así de poderoso es el desamor?

Extraño mi cama, que es mía. Extraño mi baño, donde puedo llorar tranquila bajo la regadera. Extraño tomarme mi café en la tasa de Picasso en el sofá de mi casa mientras la luz ilumina el salón. La felicidad no es llegar a esta habitación silente para acostarme en una cama del tamaño de una caja de fósforos y sábanas frías. 

No sé por qué escribo todo esto. No sé por qué lo publico después. Supongo que tengo ganas de hablar con alguien, de contárselo a alguien y no tengo a quien. Nunca sabrías el océano que hay dentro de mí.

Esta ansía de vivir la ciudad del amor no se cura viviéndola, se cura contigo. Este corazón sigue perdido sin saber a donde ir. He perdido personas y he ganado batallas en estos años, la ciudad que me acogió ahora quiere que aprenda a golpes pero yo no quiero aprender así. Qué injusto me resulta todo. 

Lo que más miedo me da de quedarme sola en el mundo es no tener a donde ir ni quién te espere. Ser esa desconocida que no tiene quien la abrace al llegar a casa ni un refugio íntimo para llorar. Quien no tiene a alguien que le mire deseando quedarse a su lado para siempre. 

No sé si teniendo la certeza de conocer el futuro como lo conozco ahora que es presente hubiese tomado la misma decisión. Últimamente todos me preguntan si me arrepiento de estar aquí, y la verdad es que ya no conozco la respuesta. ¿Por qué me subí en ese avión? Sé que Caracas no es una ciudad a la que puedes regresar meses después y conseguir todo en el mismo lugar en el que lo dejaste, pero valía la pena intentarlo. 


Supongo que al final siempre vale la pena intentarlo.

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