Siempre le he tenido que pedir
silencio a ese tercer ojo mío, al de la nuca, a ver si deja de pedirme que
vigile. Siempre llevo el corazón de repuesto, porque al que late, a ese lo dejo
en casa no sea que algún cabrón se lo quiera robar.
Pero esta vez, todo ha fallado. El ojo
del vigila no ha disparado la alarma y el que late se ha enredado en tus
sábanas.
Si me preguntan qué ha pasado solo
podría volver a responder que mi segundo nombre es desastre y he vuelto a perder el mando; la diferencia es que esta
vez me da igual.
Lo sentí latir
esa mañana,
entre tus besos,
cuando te vi
partir.
Cuando en medio de un bolero me
preguntaste qué estábamos haciendo y mis ojos te juraron que lo imposible
–aunque ninguno tenga ni puta idea-. La próxima no me preguntes si no es una
locura,
ambos
sabemos que sí
porque prefiero seguir doblando la
apuesta que perder, porque como dice la poeta, lo que para otros es perder el
mando para mí es comerme la vida y, además, sería muy tarde para retirarse.
Te prometo que yo solo quiero seguir
siendo la golfa de Extremoduro, te prometo que nunca he querido ser la princesa
de ningún cuento, ni del tuyo.
Vámonos, y a ver qué pasa.

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