Entonces aprendemos a caer, olvidando nuestras dudas; agarrando el presente aunque no nos quede más. Deja que me quede y deja que me vaya, pero no me abandones. A veces, cuando caemos, mi corazón se divide entre huir y dejar lo único que me da vida o quedarme y luchar por lo único que me quita la vida.
Por un momento me he visto en un parque lejano que realmente no conozco, con una libreta vacía frente un estanque helado y la mirada llena de sueños. Sin nadie que me tomara de la mano, pero tampoco lo necesitaba. Que para perseguir nuestros sueños no necesitamos a alguien con quien hacerlo, me digo.
Cuánto oro más tendremos que empeñar para conseguir lo que anhelamos, me pregunto. Te he visto llegar y besarme y decirme que podemos volar, que podemos frenar la caída. La cuestión, mi amor, es que no sé quién ha sido.
Frente al reflejo del estanque me he dicho que puedo volar como esas hojas que en los días de invierno vuelan y bailan durante su caída, disfrutando cada instante, hasta finalmente, posarse sutilmente sobre el suelo helado. Cuando volamos, todo lo demás sobra.
Me he visto en un parque lejano con una libreta vacía, frente a un estanque helado y la mirada llena de sueños. Sola, tomando mi propia mano y abrazándome a mí misma; me he dado cuenta que no te necesito. Me he susurrado que siempre que he volado, he confundido la caída, con el vuelo.
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